Augusto Romero nació y creció en Jacinto Araos, provincia de La Pampa. Se reconoce a si mismo como un hombre andariego que, guiándose por sus impulsos de peregrinar, a sus 40 años decidió “hacer unas andanzas por el Uruguay”. Preparó tres caballos que le facilitó un amigo, y cargando con lo necesario, llegó a tierras entrerrianas. Su intención de cruzar al país vecino se vio frustrada por problemas aduaneros y por otros de salud, que lo obligaron a permanecer un tiempo más en Entre Ríos.
-Y el tiempo pasó... – dice Don Augusto mirando al cielo como buscando allí sus recuerdos.
En el ’92, en un campo sobre la ruta al Ñandubaysal, improvisó un rancho con algunas chapas y tarimas que unió con alambres. Ese precario rancho, que con suerte llega al metro y medio de altura es, hasta el día de hoy, su único refugio. Allí se lo puede encontrar, debajo de un espinillo abrazando a una guitarra, guasqueando o escribiendo coplas.
-Y el tiempo pasó... – dice Don Augusto mirando al cielo como buscando allí sus recuerdos.
En el ’92, en un campo sobre la ruta al Ñandubaysal, improvisó un rancho con algunas chapas y tarimas que unió con alambres. Ese precario rancho, que con suerte llega al metro y medio de altura es, hasta el día de hoy, su único refugio. Allí se lo puede encontrar, debajo de un espinillo abrazando a una guitarra, guasqueando o escribiendo coplas.
OPCIÓN DE VIDA
Don Augusto está convencido de que a lo largo de la vida de cada hombre suceden eventos que modifican por completo su destino, y pone de ejemplo el no haber podido cruzar al Uruguay; pues de haber sido así – dice- no hubiese escrito los versos que éste lado del río le inspiró. De manera que, resignado a creer que el destino es el único artífice de la vida del hombre, acepta su condición y saca provecho de ella.
El terreno que habita pertenece a unas tierras que están en venta y según cuenta, nunca han querido sacarlo de ahí. Un poco por el destino y otro poco por elección, don Augusto lleva ya más de una década viviendo en un rancho que no tiene luz ni agua corriente, compartiendo techo y alimento con 15 perros y encendiendo fogones para cocinar y menguar el frío.
Mirando a su entorno, don Augusto cuenta que si él quisiera podría irse a la ciudad y llevar una vida mejor, pero sería incapaz de abandonar a sus animales. Además, siempre está presente en él la posibilidad de que en cualquier momento logre volver a sus pagos.
El gaucho y el gringo
Con una temática similar a la de Atahualpa Yupanqui, este peregrino también reivindica la labor del gaucho en el crecimiento del país. Su lucha en defensa de los ataques del indio, primero, y más tarde cuando convertido en peón trabajó para el estanciero.
En cuanto a las rivalidades entre el gringo y el gaucho, sostiene que gracias a ambos se constituyó el país. “Si el gaucho usó un buen facón, fue porque el gringo lo fabricó, y si el gringo montó un pingo fue gracias al gaucho que lo domó” dice convencido.
Entiende que la política actual tiene muchos errores, el más grave de ellos: los planes sociales. Don Augusto, con todas las razones que tendría para pedir ayuda al gobierno, no concibe la idea de que al hombre le den plata sin que trabaje. Admira los gobiernos de Alfonsín y de Menem, al primero porque es un buen hombre y al segundo porque “en ese tiempo la plata valía, yo con cuatro pesos comía toda una semana”.
LO MÍSTICO, su valor más grande
Don Augusto se empeña en darse a conocer con cualquiera que se detenga visitarlo. Apenas ve llegar a alguien sale rápidamente al encuentro. Luego de una cordial bienvenida ofrece de asiento unos cajones y unas sillas de patas cortas, que bajo el reparo del espinillo interpretan su living campero. A lo largo de la charla suele entrar en su rancho a buscar algunos versos, su guitarra, o fotos que le ayuden a ilustrar su pasado. De regreso de una de estas “fugas” una vez trajo un cuadrito cubierto de polvo donde se pudo ver la imagen de San Roque, su Santo predilecto que no por casualidad figura acompañado de un perro. Junto con el cuadro mostró lo que considera el valor más grande que tiene: un crucifijo que le regaló el Padre González, sacerdote de la ciudad de Gualeguaychú a quien tuvo la oportunidad de conocer y hoy recuerda con mucho afecto y respeto.
Las fotos revelan un Augusto muy diferente al de ahora. Se lo ve prolijamente vestido de gaucho con chambergo nuevo y bombachas amplias montado a un pingo robusto, con unos cuantos surcos menos en su cara y sin su larga y canosa barba.
DE REGRESO
Algún día el “peregrino cantor” piensa estar lejos de este Gualeguaychú que ya tanto quiere. Su intención es regresar a Jacinto Araos, lugar que hace tres décadas, con 40 años y tres caballos, lo vio partir.
Una vez radicado en La Pampa, espera seguir domando y haciendo presentaciones y así, hacerse conocer por lo que es: “guasquero, payador, esquilador y domador” o como se entiende en el campo: un “gaucho parejo”.
Sabina M.
Emociona!!!
ResponderEliminarEn cualquier momento sale otra visita pa´sus pagos!
Sos una grande... amiga!!!!
vic
Mi profesora de Literatura de 5to año, en oportunidad de repasar y leer la hermosísima obra de Hernández -Martín Fierro ,por si acaso...- que el gaucho parejo, como dice Augusto, ya no existía.
ResponderEliminarSe había esfumado, junto con los pajonales que cubrían la pampa luego ocupada por el gringo... por nosotros. Este sería un dignísimo caso para refutar esa apreciación.
Excelente historia. Emociona realmente. Habrá gente estupida que piense: "manso estúpido este hombre...vivir así, sin comodidades, sin nada."
Yo le contesto: demos gracias que aún existe gente como esta, que vive de las alegrías, los amores, lo espiritual, dejando de lado muchas cosas materiales.
;)
coincido con la chica de arriba, esta gente se merece mucho mas de lo q tiene aunque no lo desee. Y ojala sean muchos los augustos romeros en todo el pais
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