26/3/14

audición

Llueve, lo sé porque escucho el azote de las gotas contra el techo, y contra el asfalto que no está tan lejos. No es una lluvia copiosa, de esas que ensordecen el resto de los sonidos. Es el fade in o el fade out de un chaparrón.
Ladra un perro, con insistencia. Y otro más se suma, y yo imagino que le responde. Siempre, o mejor dicho desde que ví por primera vez la película de Disney "La dama y el vagabundo", creo que los perros se contestan cuando ladran.
La lluvia ya no se escucha. Quizás esté lloviznando, pero no tengo interés en corroborarlo. Total, ya entré la ropa.
Alguien olvidó el televisor encendido en la habitación de al lado y llegan, aunque borrosas, las palabras del guión de una telenovela. Cuando vivía sola solía dejar la tele prendida para simular compañía.
Una moto pasa alborotando la tranquilidad de este barrio de noche. Y el perro reincide. Y el otro también.
Por encima del hombro, pero por debajo de mi lóbulo derecho, me llega un suspiro chiquitito. Ella duerme; ajena a la lluvia, al guión de la telenovela, a los ladridos de los perros y la moto, y sueña con cosas que está intentando nombrar. 

7/3/14

sugestiones

Anoche que Miguelina se durmió temprano, con Damián pretendimos "aprovechar para dormir", ya que se trata de algo sumamente necesario y que se da muy de vez en cuando desde el 28 de septiembre del 2012. Sin embargo, los muy abombados nos enganchamos con dos películas, ambas ya empezadas, aunque no lo suficiente como para no entender la trama.
Un drama y una comedia, como para compensar con risa la angustia.
Lo que voy a contar a continuación no es algo que no haya observado antes, sólo que anoche me sorprendió más de lo habitual. En las pausas publicitarias (que siempre llegan en el mejor momento) noté que Damían hacía comentarios como si le estuviera pasando a él lo del protagonista, un tipo de empatía  algo extraña, ya que su vida y la del pobre muchacho de la película no se parecen en nada. Es así como culpa del cine mi marido siente el dolor de mi engaño y lucha porque yo le deje ver a su pequeña niña, y sobrevive a la traición de un amigo o experimenta (desde los mullidos almohadones de la cama) la aventura más extraordinaria, con estallidos, tiroteos y persecuciones. 
Como anoche me causó mucha gracia, y le advertí que probablemente lo escribiría en el blog, me confesó que siempre ha sido así. Que cuando era niño salía del cine Palma con los ojos desorbitados creyendo ver enemigos escondidos arriba de los techos y seguro de que sus bracitos morenos eran tan poderosos como los de He-Man.
Y me enamoré aún más.