28/6/12

Luca y Pachoma

El título se parece al de alguna tira de historietas, o no Marbot? Sin embargo lo que aquí suspende es real.

Luca y Pachoma tienen 11 y 12 años. Se hicieron amigos hace poco, cuando Luca se mudó con sus padres al barrio donde vive Pachoma. En estas tardes de invierno, en lugar de salir a patear pelotas a la calle se juntan a mirar películas y documentales de fantasmas; pero Pachoma le tiene miedo a los fantasmas. 


-¿Por qué les tenés miedo? -preguntó Luca 
-Porque son feos- dijo Pachoma. 
-Y qué querés...no va a ser el fantasma de Jennifer López...son fantasmas.

25/6/12

el medio equivocado

En el 99,9 por ciento de las puertas de los baños públicos de mujeres hay frases dirigidas a hombres. No digo en todas porque aún existen algunas pocas, muy bien cuidadas, que no han sido víctimas del romántico vandalismo de las damas, pero las que cayeron en sus garras tienen escritas frases dirigidas a hombres.
Analicemos. La frase "Pablo te amo con locura, Lauri", es un mensaje y como tal tiene un emisor que en este caso es Lauri, y un receptor, Pablo. Hasta acá todo bárbaro; siempre y cuando tal frase sea entregada a Pablo en un papel, Lauri se la haya dejado escrita en la última hoja de su carpeta de Ciencias Sociales, en su muro de Facebook, o en un mensaje de texto enviado a su número de celular. En definitiva, el mensaje cumple su función como tal si llega al receptor.
He aquí la fundamental importancia del medio.
Si Lauri escribió esa frase en el baño de la puerta de la terminal de ómnibus de la ciudad que visitó el último verano es absurdo pensar que Pablo se entere de que lo ama. Una picardía.
Si ella se lo ha dicho, pero además se le ocurrió dejarla escrita en las puertas de todos los baños públicos a los que vaya a hacer pis, Lauri es imbécil.
La siguiente fotografía fue tomada en uno de los baños de mujeres de la terminal de ómnibus de Gualeguaychú:


Allí puede leerse "Gustavo sos un HDP".
Yo digo, si Gustavo es un hijo de puta, sería bueno que esta chica se lo hiciera saber. Quizás Gustavo elija cambiar, o no, pero al menos ella se sacaría la bronca de adentro, y como si eso fuera poco esta puerta sería más linda.
¿Qué ocurre entonces, mujeres? ¿Fallamos en la manera de comunicarnos, elegimos los medios equivocados, o simplemente somos imbéciles?



13/6/12

la última crónica

El taller de redacción de crónicas termina este viernes con la devolución del trabajo entregado el martes, y la consigna era escribir una crónica con técnica libre, de la cantidad de caracteres que quisiéramos justamente sobre el taller. Aquí va "la última crónica".

 Esperaba con ansias los viernes, y a partir del anochecer de cada domingo sentía que el reloj empezaba a aplastarla. Sabía que tenía tiempo hasta el martes, pero de todos modos, la posibilidad de no llegar a terminar la crónica a horario la inquietaba. Así, pasó dos meses. Poniendo a prueba su ortografía, su gramática y sobre todo su inspiración, que es tan fundamental como fortuita. Una puede estar segura de las reglas de puntuación y acentuación pero no puede garantizarse la inspiración antes de la medianoche uruguaya. Sin embargo, pudo entregar a tiempo los ocho trabajos encargados y disfrutarlos, como tazas de chocolate caliente al lado del fuego. Saboreando sorbo a sorbo, jornada a jornada.

Recordó aquel viaje a Villa Paranacito y escribió sobre los escalofriantes recuerdos de Juan, que en realidad se llama Marcos, pero hasta su nombre quiso resguardar “por si vuelven los militares”. Aprovechó el día de trabajo transmitiendo la octava marcha sobre el puente internacional General San Martín contra la contaminación de la pastera Botnia y la describió, cronológicamente y a su modo, en poco más de 4.500 caracteres. Dedicarse al periodismo le dio temas para contar, como ocurrió con su tercera crónica, basada en un día del juicio que tuvo sobre ascuas a la gente de su ciudad; pero después comprendió que para escribir no hace falta más que vivir. No es necesario asistir a importantes acontecimientos sociales porque, probado está, podemos ser testigos de una bellísima cantidad de cosas con tan sólo mirar un rato a través de una ventana. Lo cotidiano, por ser materia de todos los días, no es menos apasionante que un día de vacaciones en las montañas.

El ejercicio de escribir le aceitó los dedos y le desaplomó la imaginación. Este otoño, por ser la segunda vez que participaba del taller, se permitió desajustarse el cinto, quitarse las botas y volar. No es fácil dejarla conforme, por tal motivo hubo un tiempo que pensó que se quedaría soltera a pesar de la Susanita interna que le reclamaba los abrazos de un novio. Siempre le resultaron mediocres los profesores poco exigentes, tanto el de vóley como el de geografía, y se amargaba por el resto de la charla si el disertante demostraba cierta inseguridad o falta de conocimiento sobre el tema. Tras presenciar una obra de teatro, o un espectáculo musical, prefiere quedarse con las ganas de más antes que salir empalagada de la sala. Y de los libros pretende que la consuman, que la secuestren y la mantengan presa hasta la última letra del último párrafo.

Le seduce la inteligencia y el sentido del humor, pero la conmueven como ninguna otra cosa en el mundo la capacidad de encontrar belleza en lo simple. Algo de eso detectó en los ocho correos electrónicos de Hernán y en los otros ocho de Laura, sino no estaría pensando a quiénes sugerirles hacer estos talleres o deseando que allá en Nueva Palmira inventen un tercero.


12/6/12

Alma

3 de junio 2012

Que este mundo te lastime sólo lo necesario para volverte una mujer fuerte y puedas comprender al que sufre.
  Que tus ojazos reflejen siempre una mirada pura, virgen de mezquindades. 
Y que a tu alrededor, querida Almita, sigas encontrando sonrisas.

10/6/12

decálogo del cronista

Ya casi sobre el final del taller de redacción de crónica, Hernán López Echagûe nos envió el decálogo del cronista escrito por el cubano Michel Contreras. Una suerte de reglas simples y básicas para redactar una crónica.

1- Sentir una emoción y emocionarse de veras
Esto parece un reclamo baladí, pero es el huevo del asunto. Todo el mundo se irrita, se enamora, se ruboriza o se estremece, pero no todo el mundo —o mejor, casi nadie— es capaz de experimentar la necesidad de perpetuar esa emoción, de darle la inmortalidad a ese momento en que una cabellera de mujer rompió a batir, o a aquel en que un anciano lo miró con los ojos helados y levantó su tembloroso dedo recriminatorio.

 2- Expresar esa emoción de manera (casi) instintiva
La crónica es una pasión, y requiere de espacio para desbordarse con naturalidad. Si la pensamos demasiado, la perdemos, porque su cuerpo ha de fluir por las arterias, y no debe brotarnos del cerebro. Más que materia gris, reclama sangre. Obviamente, hay momentos en que se hace preciso meditarla, pero su esencia hay que plasmarla con el impulso irracional de lo instintivo. Una cosa no admite discusión: cronicar se parece a tener sexo, porque exige de ciertas facetas animales. Sentado ante su computadora, el buen cronista está —como Vallejo, como Borges o Quevedo— poseído por Dios, que habla a través suyo. Luego, pensar excesivamente el texto, viene a ser algo así como desconfiar del propio Dios.

3- Alimentar debidamente el don
Podemos haber venido al mundo con una voz poética especial, pero hay que darle vino para que sea más clara y perdurable. El cronista debe ser un lector por vocación, y en el afán de perpetrar su poesía tendrá que maltratarse la vista ante los libros. Si no lo hace, su voz se irá poniendo ronca, y acaso acabará por apagarse definitivamente un día.

4- No ahorrar la corriente del detector de mierda
Tenerlo encendido permanentemente, como enseñara Hemingway. Depurar sin piedad, que es bien difícil, porque el que escribe tiende a enamorarse de ciertas imágenes fútiles. Un adjetivo de más puede aniquilar la criatura, lo mismo que una metáfora forzosa o un aluvión de símiles. Dicho de un tajo: la hojarasca apesta. O damos las imágenes en cuotas moderadas, o sucede como decía Guyau: “Oled mucho una flor y acabaréis por ser insensibles a su perfume”. Así que revise cuanto pueda. Relea y, otra vez, relea. Total, si Flaubert martillaba sobre cada palabra, no hay razones para avergonzarse de hacerlo.

5- Imitar sin complejos
No dejar que las influencias nos angustien; por el contrario, al principio resulta provechoso dejar que nos arrastren, pero velando siempre por frenar en las inmediaciones del plagio. A estas alturas no hay nada nuevo bajo el sol, y nadie puede armarse de un estilo completamente propio. ¿No hay evidentes ecos vallejianos en los temas de Silvio, o de Azorín en las maravillosas crónicas de Manuel González Bello? Deje olvidado el miedo en el camino: García Márquez se inventó Macondo a partir del Yoknapatawpha, de Faulkner, y no por ello podemos acusarlo de plagiario. Eso sí, mucho ojo: si al cabo del tiempo, después de completar centenares de cuartillas, aún no hemos podido fundar nuestra poética —llena de resonancias ajenas, pero al fin y al cabo nuestra—, entonces lo indicado será renunciar al empeño de hacer crónicas. Tenga siempre presente que al cronista de raza se le identifica sin necesidad de ver su firma. “El estilo —sentenció Alfonso Reyes— es como la manera de caminar de una persona: uno lo ve desde atrás y dice: 'Ese es Fulano'”.

6- Respetar la fragilidad del discurso
Cada crónica lleva su tono y tiene un ritmo: el aura con que nace en la primera línea, no se puede extinguir hasta la última. Hay quien empieza cabalgando sobre el lomo de los ángeles, y después baja de golpe a tierra, en medio de un estallido colosal. A la postre, en los labios del lector queda tan solo el regusto árido del polvo.

7- Ser breve
Recordar que lo bueno, si es breve, suele ser dos veces bueno, porque lo que se gana en extensión se pierde en intensidad. El paralelo con la literatura arroja que la novela se equipara con el reportaje, y el cuento con la crónica. Admitido esto, recordemos a Cortázar: en el eterno combate entre el lector y el texto, la novela puede ganar por puntos; pero el cuento tiene que hacerlo por nocaut. La crónica, pues, viste mejor de minifalda que de traje de novia.

8- No pensar en el lector
Si adecuamos el discurso (o el recorrido del discurso) a las posibilidades intelectuales del lector, la criatura llegará deforme al mundo. Reducir la “altura del vuelo” ha sido un mal histórico de nuestros “aviadores” de la crónica. Y en el fondo de tal actitud se esconde un enfermizo menosprecio hacia la inteligencia del que va a leernos. Los versos de La tierra baldía y El barco ebrio desconciertan a menudo, pero así y todo se disfrutan y agradecen.

9- Haber vivido
La vida bulle en las calles y cantinas, los parques y el “camello”. Ahí —más que en la soledad de los desiertos quevedianos— está la materia prima de la crónica. Habitualmente, ese será el cuadro para pintar con los colores que le escamoteamos a los libros. 10- Temer siempre a la página en blanco Esto es, respetar a la crónica. Nunca puede sentirse ese extraño “deber profesional” que conmina a llenar la cuartilla con las primeras cuatro naderías que nos asalten. Desde Ícaro sabemos que las alas postizas no llegan al Sol. De manera que vale acordarnos todo el tiempo de aquel viejo consejo de Rilke: “Si puedes vivir sin escribir, no escribas”. ¿Tienes los dedos romos? Deja el piano.

Este texto fue escrito para el Festival Nacional de la Crónica Miguel Ángel de la Torre in memoriam, realizado en Cienfuegos.

7/6/12

periodismo

Estamos condenados a este oficio del diablo.

datos del tiempo


Congelo la imagen que me muestra la página Web del Servicio Meteorológico Nacional y la subo sólo para recordarla cuando algún día cualquiera de los próximos veranos se me cruce por la cabeza la posibilidad de quejarme del calor.

5/6/12

crónica de un lunes de junio

Desde hace un tiempo, cada vez que la alarma del celular le recuerda que hay que levantarse ella se encuentra prácticamente en la misma posición en la que se quedó dormida. La panza, que ha crecido notablemente los últimos días le impide conciliar el sueño de espaldas al techo como lo ha hecho toda su vida. Prende el velador que está sobre la mesita a su derecha y busca a tientas, entre libros y potecitos de crema, los anteojos de siempre, los que sólo han visto quienes la sorprenden entrecasa; más tarde, cuando los ojos logren despegarse del todo, se pondrá los lentes de contacto. Al mismo tiempo pero sin tanto escándalo se despierta Damián. Es lunes, ni la noche ni el fin de semana alcanzaron para descansar lo que pretendían, el ringstone elegido como alarma es tan irritante como los otros treinta que propone el aparato y sin embargo él se despierta de buen humor. Él no entiende como a ella le cuesta ser amable esos primeros minutos de cada día y a ella no le cabe la posibilidad de sonreír ante tales circunstancias. Aún así, cada mañana han sabido negociar a quién le toca hacer el desayuno y quién puede remolonear unos minutos más.

A las ocho arranca el programa de radio. El conductor también está de buen humor, o al menos eso demuestra a los oyentes. En el transcurso de la mañana ella realiza las intervenciones que cree necesarias y enfoca su atención en tomar notas de las entrevistas y subir noticias a la página Web que no deja de reclamar actualización. El juez de instrucción resolverá en los próximos días la situación procesal del imputado por la presunta violación de una menor. Inspección municipal clausuró un comercio de la ciudad. El campo convocó a un paro agropecuario. Organizan actividades por el día mundial del medio ambiente. La mañana la consume. De no ser por las cada vez más frecuentes ganas que le dan de hacer pis, no se levantaría de la silla hasta la hora de irse. Últimamente su cuerpo manda más que su mente, su voluntad quedó supeditada a aquello que no le haga mal a la bebé que lleva adentro. Recuerda que ayer se cumplieron cinco meses, y de repente, todo lo que pasa en el estudio más la misérrima producción para el programa que conduce a la tarde le importan un bledo. Las pataditas de Miguelina le dan cosquillas, se lleva la mano a la panza y nadie lo nota, pero está sonriendo y es la mujer más feliz sobre la tierra.

Un mensaje de texto de “Ma” llega en el momento justo como para quitarse una preocupación de encima: “Hice croquetas de pollo. ¡Vienen a comer?”. Cómo negarse a tan delicioso mimo. Aunque tuviera la heladera llena de opciones para el almuerzo no desaprovecharía la oportunidad de comer lo elaborado por las manos de mamá. Y Damián tampoco, porque seguro liga un plato más calórico y elaborado que el que ella pueda hacerle.

Tras el almuerzo, la vida en las ciudades pequeñas le da una segunda oportunidad a la fiaca y eso se llama siesta. Los negocios cierran y las calles se aquietan por unas horas, y entre las cuatro y las cinco de la tarde todo recobra movimiento. A esa hora regresa a la radio. La luz de “aire” se enciende a mitad de una enérgica cortina musical y su voz se escucha diciendo: “Muy buenas tardes a todos, bienvenidos a la tarde de radio Máxima, bienvenidos a esto que es: ‘Más tarde que nunca”. Al igual que la mañana, la tarde también se escurre, aunque con más adrenalina. Este lunes, al despedirse de los oyentes se sintió satisfecha con el programa, a pesar de ese entrevistado que surfeaba entre las preguntas que no le gustaba responder.

Afuera hace mucho frío y ella detesta las bajas temperaturas. No ve las horas de llegar a la casa, bañarse, comer algo y acostarse. Se consumió la mañana, como esas velitas petizas que se usan en decoración. También la tarde, y así los días. De no ser por ese trabajo de redacción que le encargaron no hubiera sido consciente de todo lo que ocurre entre que se pone y se quita los lentes. Mientras escribe su lunes como si lo hubiera vivido otra persona, lamenta no disponer de más caracteres para no tener que obviar tantos detalles. Tenía razón Borges, piensa; y en una página cualquiera de la agenda copia textual: “Entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar”.