27/12/14

a mis veinte y diez

Cumplí 30 años el viernes 5 de diciembre. Antonia ya llevaba seis meses acá adentro, creciendo sin inconvenientes y haciéndose sentir a pataditas desde temprano; y yo me sentía verdaderamente plena, feliz. Recibí el desayuno en la cama, con las voces más lindas del mundo cantándome el "Feliz cumpleaños"; la imagen no se me borrará en la vida: Damián, parado en el umbral de la puerta de la habitación, sostenía la guitarra con una mano mientras Miguelina rasgueaba como podía con sus deditos gordos.
Desbordé de amor. Quise comérmelos a besos.
A todo esto, el celular vibraba anunciando la llegada de un mensaje tras otro al grupo "Locutores" que tenemos con mis amigos Mario y José en Whats app, me gastaban a más no poder, a sabiendas que había comenzado el día del año en el que me siento una reina y, jactándose de haber estado conmigo en las últimas diez ediciones, me torturaron con recuerdos que me sonrojaban, me irritaban y me también daban mucha risa. Portan una memoria envidiable y de una manera de decir las cosas que hace que los quiera mandar a la mierda y abrazarlos fuerte, todo al mismo tiempo.
Más tarde, pero siendo temprano aún, abrí mi cuenta de Facebook y encontré el mensaje de alguien a quién he visto contadas veces pero que está entre mis contactos por ser alguien a quien mi papá conoció y aconsejó en cuestiones del campo. "Tu viejo te está sonriendo desde el cielo", me dijo. Y eso, exactamente eso fue lo que sentí durante todo el día: su sonrisa y su mirada mancita siempre conmigo.
¿Cómo no eternizar tanta felicidad? ¿Cómo no celebrarlo?
Esa misma mañana tenía turno con mi ginecólogo, y sería otro regalo invaluable ver a mi niña y escuchar cómo su corazón, tan chiquitito, latía con la velocidad de quién se emociona por llegar a la meta. Tenía tiempo, así que antes de ir a la clínica entré a la Catedral donde ya habían armado el pesebre, y me arrodillé agradecida frente al Niño. Pocas veces en mi vida sentí tantas ganas de dar las gracias. Así que eso hice, decir gracias, gracias, gracias. Insistentemente, sí, porque me daba la sensación de estar quedándome corta.
En una de esas tantas charlas de pasillo en la facu alguien observó que la gente se saca fotos en los momentos felices, nunca en los tristes. Será una zoncera, pero es verdad, y supongo que tendrá que ver con cierta necesidad de detener la fugacidad del tiempo alegre (ya que el tiempo triste es demorón en irse). Dejar plasmada la felicidad en un foto es una manera de eternizarla.
Eso fue lo que le pedí a Jerónimo, que es un excelente fotógrafo, y a Natalia, productora de moda y dulce mujer: ayuda para preservar este instante feliz.
Damián me acompañó en la idea, dijo que ese sería su regalo para mis treinta.
Juliana, de Senderos del Monte, me abrió las puertas de esa mágica reserva que es un tesorito del litoral para que sea el entorno.
Florencia se encargó de ocultar defectos y resaltar lo bueno con la técnica y el arte del maquillaje, mientras que Rosario se abocó a crearme rizos de Deméter* en el pelo.



*La asociación con la diosa griega no fue mía, sino de mi profesora de Literatura de la secundaria, Marta Ledri.



27/11/14

tragame tierra

Vivir en una ciudad con menos de cien mil habitantes tiene sus ventajas y sus desventajas. Para mi modo de ser y ver la vida, las primeras tienen más peso, sin embargo no dejo de reconocer a las segundas.
No hace mucho fui al banco con la intención de corroborar la existencia de mi cuenta y al introducir la tarjeta en la ranura, como es obvio, se me solicitó la clave.
Me la había olvidado.
Se trataba de un número de cuatro dígitos completamente desconocido para mi.
No me detuve en preocuparme por la falta de memoria, simplemente recurrí a la mesa de entrada, donde está Marcelo y él (que también me saluda por mi nombre), amablemente hizo los pasos para generar una nueva clave.
Otra ventaja de ciudad chica viví también en otro banco, el de la provincia. Esa vez me sumé a la cola equivocada. Al llegar a la caja y presentar mi cheque, el señor me preguntó qué hacía ahí. Le dije que la vez anterior había cobrado otro cheque en la misma ventanilla (obviando que aquella vez anterior me dijeron que hiciera esa cola porque andaba con mi hija menor de dos años a cuestas). Bueno, la cuestión es que el cajero, en lugar de mandarme a freir churros y hacer la cola que me correspondía, me dijo que me pagaba igual. Y me pagó.
Y cuento estos dos casos sin detenerme a mencionar las distancias cortas que nos ahorran muchísimo tiempo, el río acá nomás, la saludable costumbre de la siesta, las bocinas sólo para saludarnos; pero como dije al principio, vivir en una ciudad de no más de cien mil habitantes también tiene sus desventajas.
Cuando le conté esta anécdota a Vivi, me dijo que era "buenísima para una sesión denominada 'Tragame tierra', dentro de un programa de radio". Poco antes de quedar embarazada de mi segunda hija saqué turno en un centro de diagnóstico por imágenes para hacerme una ecografía transvaginal, sin preguntar, claro, qué médico me la iba a hacer. La cuestión es que cuando se abrió la puerta del consultorio, el muchacho de ambo blanco que dijo "Melchiori" y esperó que yo entrara, era el primo de un ex. De mi misma edad. A quién había visto por última vez en un boliche, o en un cumpleaños, no se. La engorrosa cuestión es que me conocía con el tipo que iba a hurgar un buen rato en mi vagina con ese artefacto y ese gel, y en ese momento (sólo en ese momento) envidié a las mujeres que se hacen ecografías transvaginales en ciudades con más de cien mil habitantes.

14/11/14

canción para este viernes a mitad de la espera

...muerta de miedo le rogaba al cielo que te deje llegar lejos, mucho más que yo.

9/10/14

a tres días del desfile

Las manos frías (siempre frías) de tanto meterlas en el tacho con engrudo. Papeles de diarios desparramados por todo el galpón. Un café aguado en un tazón compartido para vencer el sueño y avanzar. Es que ya falta poco, el sábado es el desfile y es inadmisible presentar la carroza inconclusa. Nada nos importa más, por eso pedimos un par de faltas en el colegio y por eso nuestros padres nos entienden cuando llegamos tarde a casa, oliendo a humo, harina mojada y cigarrillo.
Las bicis ya no tienen dueño, quien necesita ir a comprar electrodos manotea la que está al alcance y sale. Las chicas aplicadas llevan la cuenta de lo que vamos gastando, las menos vergonzosas salen a vender alfajores de Maizena a los vecinos. Nos tranquiliza saber que otros cursos están más atrasados, pero tampoco es cuestión de nivelar para abajo, la Villa tiene una buena trayectoria con las carrozas primaverales y el objetivo, como en toda competencia, es ganar. Ojalá no llueva. Estamos decorando el traje del espantapájaros con semillas de sorgo, maíz, girasol y arroz; si suspenden el desfile todo eso empezará a emanar olor a podrido. Las chicas de las cebollas conversan mucho y avanzan poco, una salió a la vereda argumentando sentirse mareada de tanto inhalar Poxipol. El coordinador dijo que al perejil hay que hacerlo de nuevo, está mal, está feo. Desde el pequeño equipo de música que trajo Diego se escucha La ley, ese trío chileno que acaba de grabar un unplagged en la MTV. No hay mucho para elegir, si no son los chilenos será el santafesino Leo Matioli, Rodrigo, y sino Los mensajeros del amor.

...él soy yo, 
el que te escribe canciones soy yo, 
cada palabra o detalle que te hace temblar 
no es mas que el sentir 
de mi corazón que te ama de verdad...

Y las charlas sin apuro, los amores que se confiesan, los colaboradores de otros cursos, el junior de Río que viene a dárselas de amigo para que de una vez por todas firmemos y viajemos a Bariloche con ellos; los asados del ruso, los sermones del Mondra para que dejemos de fumar; todo se va yendo. Nos vamos quedando sin tiempo, se viene la noche del desfile y ya nos vamos a quedar sin excusas para pasar tantas horas juntos. Lo presiento, limpiar y devolver el galpón será más que haber terminado y expuesto nuestra carroza; el premio, si lo hubiera, ya es algo anecdótico.

Las manos del espantapájaros y las mías.
Septiembre 2001.

8/10/14

para que algún día leas

Amo esos ojos (tus ojos) que me miran como nunca nadie me había mirado antes.
Amo esos abrazos gorditos en mi cuello,
                                                                y esas caricias de tu piel nueva con mi piel curtida. Tus manitos torpes, como espuma. Este amor blando, puro y suave que me desmorona.

Amé saberte dentro de mí.
Sentir tus movimientos, cantándonos.
Esperarte al sol imaginándome tu voz y preparando mi cuerpo y mi alma entera para recibirte, porque sabía que me necesitabas toda.
Amo locamente ser mamá, pero más amo que vos, rusita linda, me lo digas.
Prometo acudir a vos siempre que me llames, como hacés ahora, escandalosa, para mostrarme las "mumas" y las brujas. Seguiremos saboreando ensaladas para que papá se pregunte qué le encontramos de rico, y preparando las tortas de su cumpleaños. Y vamos a salir a caminar agarraditas de las manos hasta llegar a la plaza. 
                      Descubriendo el mundo a cada paso.
Y cuando ya no te interesen las hamacas nos sentaremos a charlar, a reír y llorar; y compraremos helado. 
           De frutos del bosque, de dulce de leche y de sambayón. 

Te amo y amo todo lo que implica ser tu mamá: las horas de sueño interrumpidas, las corridas al hospital, los temores, los pañales, el cansancio y sus ojeras, mis renuncias, el desorden en la casa, la ropa sin planchar, los crayones (siempre tan cerca de las paredes). Todo.

Abrazo gordito


17/9/14

sueño

Yo iba en un auto, supongo que en el lado derecho del asiento trasero; no lo recuerdo con exactitud así como tampoco recuerdo quién conducía ni quiénes eran los demás pasajeros porque a partir del accidente estuve sola el resto del tiempo.
El auto volcó en la curva, una curva cerrada propia de los caminos de cornisa como era ese, pero quedó sobre el asfalto. Yo, en cambio, rodé cuesta abajo unos tres metros.
Imposible saber qué tiempo estuve ahí tirada hasta reaccionar y proponerme regresar allá arriba donde todo parecía estar tranquilo. Desde abajo no lograba ver si aún estaba el auto, ni qué había sido de la suerte de las demás personas. Mucho menos si alguien había llegado a socorrerlos. También pensé que el auxilio quizás los había recogido hacía largo rato, y al no verme se habían marchado. Lo bueno es que no me desesperé; como al levantarme no sentí ningún dolor agudo que me impidiera trasladarme, resolví trepar.
Era una pendiente complicada, extremadamente arenosa y no había arbustos, ni rocas de las cuales valerme para escalar. No quedaba otra que aceptar las condiciones y subir. No tenía más que hacer y puede que de quedarme allí abajo nadie me encontrara.
Espeluznante, inquietante, estremecedora y tremenda fue mi sorpresa cuando descubrí que esa suerte de médano en la que me encontraba no era más que una manada de leones durmiendo placenteramente al sol. Había decenas, probablemente un centenar de fieras dormidas entre la ruta y yo. Al mirar hacia abajo noté que tenía mi pie derecho puesto justo delante del lomo de uno y a escasos centímetros de la cabeza de otro. Respiré hondo. Exhalé muy lentamente, y busqué un hueco donde apoyar el pie izquierdo, tratando de que eso impactara lo menos posible entre los durmientes. Tenía que pensarlo muy bien, un hueco no era igual de conveniente que otro. Preferí evitar aquellos donde los hocicos pudieran detectarme.
Iba tan concentrada en esa tarea que por un largo rato me olvidé de mirar hacia arriba. Sabía que había subido pero no cuánto. La luz del sol me encandilaba; y el calor, que hasta ese momento no había significado un obstáculo explotó sobre mis hombros, mi nuca, y me sentí al borde del desmayo. Por un instante, ahí parada, no vi nada, todo era negro y el silencio seguía siendo igual de aterrador. Creí estar sola en el mundo. Y así estaba. Sola entre leones subiendo una cuesta para llegar a una cima que aunque la consideraba incierta, era lo único que latía con esperanza. Llegar al asfalto se había convertido en mi único objetivo en el mundo. E iba bien, bastante bien. Un par de pasos más y ya sería capaz de tocar el borde de la ruta donde florecían unos arbustitos achaparrados.
Tenía que ser fuerte, a esa altura la pendiente era más pronunciada y mi cansancio sumado a la ansiedad por estar a un instante de lograr el objetivo podían jugarme en contra. Por suerte, tuve una a mi favor, o al menos eso fue lo que pensé al ver cómo una rama, o quizás parte de una raíz, sobresalía entre ese inacabable arenal. Estaba un tanto seca, pero parecía estar bien sujeta a la tierra. Vestigios de algún árbol que existió antes de al traza de la ruta, pensé. No importaba, no era momento de detenerse en ese tipo de detalles. Era el empujón que necesitaba para llegar arriba y ponerme a salvo. Me sentí contenta, orgullosa de mí por haber sorteado con astucia el camino plagado de leones.
Miré fijamente esa rama salvadora y la agarré con mi mano derecha. Súbitamente, la firmeza se volvió blanda, fría y escurridiza.
Era una serpiente.

19/8/14

luz de luna sumergida




Río marrón,
devolveme sangre abajo de tu paso
el lirio negro que quedó junto a tu orilla.
Río, río marrón,
lleva en un pez esta canción, que alguien me espera
de cara a las estrellas, cauce arriba,
río marrón.



Segmento de "Río marrón", de Jorge Fandermole.

16/7/14

yo

La nota de Silvina me hizo bien. Ya se lo dije, fue como hacer terapia.
Una está más acostumbrada a hacer las preguntas que a responderlas, y aunque parezca irrisorio, dar respuestas sobre la propia vida puede ser más difícil que un final. Sin embargo, conmigo Silvina logró lo que todo entrevistador anhela: que el entrevistado se olvide que hay un grabador entre los dos, que se relaje y cuente, cual charla entre amigos y con mate.
La excusa fue el día del Locutor. Justo este año que yo le había dado bastante poca bola al asunto. Soy locutora, si, la 7984 según el carnecito que me mandó el COMFER hace ocho años. Uso a la locución como herramienta para ejercer el periodismo de actualidad, cada tarde de lunes, de martes, miércoles, jueves y viernes. El resto de los días soy periodista sin locutar, pues una no puede dejar de ser lo que es cuando se apaga la luz de aire. Y viceversa. Cuando la luz de aire se enciende, en mis palabras se reflejan la mamá de Miguelina, la esposa de Damián, el duelo por mi viejo, el intensamente firme apoyo de mi madre, la vecina, la amiga, la mujer y todo lo que soy y lo que he sido. Todo se nota.
Y digamos que a eso vagamente lo sabía, o lo sospechaba, pero fue al decirlo que lo entendí. O me lo apropié.
El domingo leí la nota como si se tratara de otra persona. Alguien más contaba cosas sobre su relación con la radio, con los oyentes, hablaba de la agenda, de las malas palabras, de los juegos de la infancia...
La chica en la foto me pareció de verdad feliz, con el micrófono en una mano apuntando hacia la boca de una corneta, con la otra mano sosteniéndose los auriculares para no perder el retorno, y en la mirada la fascinación por ese pequeño murguero que esperaba ansioso debutar esa noche en el corso barrial.
Me gustó ser esa de la nota y por eso digo que me hizo bien, porque no siempre nos agrada la imagen que nos devuelven los espejos.

 

4/7/14

Hulk

_ Papá, tenés el cuello verde - le dijo su hija la noche del cumpleaños. Él no quiso alterarse, al fin y al cabo, lo que fuera que ocasionara esa extraña pigmentación en su cuello, podía esperar al otro día. Esa noche había que celebrar la vida, Mariana era la luz de sus ojos, y si bien verla tan grande, tan mujer, hacía que los años se le derrumbaran desde el techo sobre los hombros, se sentía feliz. De todo lo hecho en la vida, su única hija era lo que más lo enorgullecía.
 
Ya de madrugada regresó a su casa olvidándose por completo del color de su cuello, al abrir la puerta Pampa saltó del sillón y fue al encuentro moviendo enérgicamente su cola. Ella se alegraba y él se alegraba también de llegar y que hubiera alguien que lo recibiera. A Pampa se la regalaron hace poco, tras la reciente muerte de otra perrita que lo había acompañado durante años. Al principio creyó que no sería capaz de superar el dolor por la pérdida de su primera compañera, pero la pequeña Pampa lamió sus heridas y se ganó el amor (y ese rincón a los pies de la cama) que tenía la mascota anterior.
 
La historia que cuento está basada en un hecho real, aunque extremadamente condimentada con detalles propios de la imaginación. El eje central, por así decirlo, es asombrosamente cierto.
 
A Mariana le daba bronca que su papá descuidara su salud, sabía que viviendo solo y con tanto trabajo, no disponía de tiempo suficiente para prepararse platos saludables. Además estaban las peñas, los viajes, las juntadas con amigos. La intranquilizaba la vida atareada, cargada de compromisos sociales y cierta exposición mediática de su padre, pero entendía que no podía hacer nada. "Él es feliz así", se repetía como quien quiere darse consuelo. Al día siguiente, fue ella la que retomó el tema de la piel, más extrañada aún, pues notó que la pequeña Pampa también estaba verde:
_ Papá, ¡mirá, la perra está verde igual que vos!, capaz que te contagió algo.
Mariana no salía del asombro y el tampoco. Era consiente de los desarreglos alimenticios de los últimos días, de hecho ya andaba mal del hígado otra vez; pero ¿qué tiene que ver la perra?. Todo era tan extraño que no encontraba explicación lógica, ya iría al médico si la cosa empeoraba, pero por lo pronto solo pensaba en el partido contra Nigeria y la posibilidad de viajar a verlo, tal como le había propuesto un amigo. Las posibilidades de ver jugar en vivo a la Selección no es algo que se de muy a menudo, ni siquiera cada cuatro años, y esta vez el Mundial es acá nomás -pensó.
No tenía que poner un mango, lo único que tenía que hacer para estar el miércoles en Brasil era mandar la confirmación y sus datos a la agencia de viajes.
Y eso fue lo que hizo.
 
El lunes fue a trabajar con dos cuartos de cada hemisferio cerebral pensando en Di María, Lavezzi, Mascherano, ¡en Messi!. -¿¡Cuándo carajo voy a poder ver jugar a Messi!?-, se preguntaba, convencido de la decisión que había tomado, a medida que la ansiedad por ver con sus propios ojos al equipo de Sabella iban en aumento. Su garganta gritaba goles enmudecidos, censurados por la rutina del arranque de la semana en la oficina; pero de a poco, como quien va entrando en un túnel oscuro, su sueño mundialista se esfumó. Uno a uno sus compañeros de trabajo le decían que lo notaban un tanto verde, sobre todo en el cuello y en la cabeza. El se miró las manos y vio que también estaban verdes, aunque con menor intensidad. Por primera vez en esta historia, el hombre se asustó y salió de la oficina en busca de asistencia médica.
 
El medico que lo revisó advirtió la inflamación hepática e intentó quitar las manchas verdes de sus manos, fregándolas, pero no lo logró; entonces le pidió análisis de urgencia.
_ ¿Pero qué puede ser, doctor? - preguntó afligido.
_Puede ser cirrosis; aunque usted no tome alcohol, la cirrosis puede producirse por una alimentación elevada en grasas. De todos modos no nos aventuremos a diagnosticar ahora, vaya, hágase los estudios y venga cuanto antes.
El bioquímico que lo atendió también opinó:
_Puede ser pancreatitis, pero quédese tranquilo que con unos días internado y con suero se pasaría; eso sí vaya olvidándose de las comidas a las que está acostumbrado. 
 
Chau Sabella. Chau Mundial. Chau decime-que-se-siente.
 
Canceló el viaje. Buscó "cirrosis" y "pancreatitis" en Google, y los síntomas que aparecían en la pantalla poco a poco iban manifestándose en su cuerpo.
 
Pasado el mediodía regresó al laboratorio para retirar los análisis y llevárselos al médico. Le dijo que sigue con el hígado inflamado y que será conveniente que permanezca 24 horas en observación para ver cómo responde. El verdor en su piel podría deberse a una intoxicación, una alergia, o estar causada por una ropa nueva.
 
_Ropa nueva, -pensó el hombre de camino a su casa-.
 
Introdujo la llave en la cerradura de la puerta que da a la calle, saludó a Pampa, y caminó sin detenerse ni medio segundo hasta llegar a la habitación, quitó el cubrecama con decisión, tomó la sábana por su extremo inferior y se restregó las manos como si estuviera secándoselas con una toalla. Las manos quedaron verdes.
 
Nadie fue testigo de la reacción de este pobre hombre al concluir, horas antes del partido (que podría haber visto en vivo) entre Argentina y Nigeria, que lo que ocasionaba el verdor en su piel eran las sábanas. Es cuestión de imaginarla.

 

13/6/14

otra vez un cerdo en casa

Ya me pasó una vez, hace tiempo; era primavera y el árbol que habíamos plantado no era más alto que el tapial. En lugar de orégano, en ese rincón crecía en proporciones absurdas una planta de albahaca. El dinero que ganábamos no nos alcanzaba para enrejar el ventanal. Yo cocinaba peor que ahora, y aún no éramos papás. Parece que estoy hablando de un pasado lejano, pero a decir verdad, no pasó demasiado tiempo desde la vez que encontré un cerdo y una oveja en nuestro patio.
En aquel entonces me desviví sacando conclusiones, pensando cómo habían venido a parar acá, a quién pertenecían. Incluso no tenía claro qué hacer con ellos.
Hoy, que ya cocino mejor, que estamos en otoño y que la punta del ginkgo biloba se alcanza a ver desde el otro lado creo fervientemente que hemos edificado arriba de un yacimiento de animalitos de juguete.



1/6/14

de criollas, dancing y urquizo

Todos los días se aprende algo nuevo. Alguien nos sentenció con esa premisa una vez y desde entonces nadie la cuestiona; por el contrario, se la repite como al Padrenuestro, sin detenerse a pensar demasiado en lo que se está diciendo. ¿De verdad aprendemos algo nuevo todos los días? No se, es probable, incluso que aprendamos más de una sola cosa por día, como también puede que pasen días sin que aportemos demasiado a nuestro capital intelectual. Depende. De lo que sí estoy convencida es de que todos los días ocurren hechos suspensivos. Vivimos a mil y no tenemos tiempo para detenernos en aquella pavadita que nos llamó la atención, que nos causó sorpresa y que por un ratito nos sacó de donde estábamos y nos elevó. Seguimos de largo.
Borges lo dijo mejor: “Entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar”.
Sin conocer esta frase y sin estar demasiado convencida de tener material, hace cinco años armé este blog con la idea de escribir sobre esos mundos lo suficientemente poderosos como para suspenderme, pero sin ese carácter de cosa pública que tienen los hechos que son convertidos en noticias. Y acá me veo, bastante más grandecita que en el abril del 2009, medianamente convencida de que todos los días aprendemos algo.
Ayer, por dar un ejemplo, aprendí que si una quiere mandarinas no basta con ir a la frutería y pedir mandarinas, porque hay varios tipos de mandarinas y no valen todos lo mismo. Ayer aprendí que en lo de Chiche pueden conseguirse mandarinas "dancing", "urquizo" y "criollas". Las dancing son de un naranja hermosamente brilloso, las criollas tienen la piel finita y pegadita al cuerpo, mientras que las urquizo son esas más fáciles de pelar porque la cáscara está como suelta, como ropa que le queda grande.


23/4/14

la sorpresa de Tía Rosa y Tía Estela

La tarde que mi tía me dijo que había una sorpresa para mí en su casa me desesperé por saber de qué se trataba, aún a costa de arruinar lo sorpresivo de la cuestión. Eran apenas las cinco y no iba a poder pasar por lo de las tías sino hasta pasadas las nueve. Demasiado tiempo para convivir con una intriga.
Pensé en un par de posibilidades pero nada me convencía, no era habitual que las tías me dijeran que había una sorpresa para mí en casa de ellas. Cuando por algún motivo me hacían un regalo directamente me lo daban y ya. ¿Por qué ahora se habían puesto tan misteriosas estas dos?
Dejé que pasara el día, seguí trabajando como de costumbre, y por decantación las horas pasaron y llegó la noche. La casa de las tías queda en el camino a la mía así que ir por mi sorpresa no implicaba más que hacer un alto en el recorrido. 
Tía Rosa abrió la puerta con cara de buen cómplice. La noté ansiosa, probablemente por conocer mi reacción cuando me dieran la sorpresa. En la cocina había movimiento, pero no alcancé a ver nada porque Tía Estela salió antes y evidentemente lo que traía en las manos era para mí. 
Antes de lograr dilucidar de qué se trataba me advirtieron que comerlas tibias es mejor y que tienen unas cascaritas de naranja tal como le gustaba al abuelo. 
La sorpresa fue un súbito viaje a mi infancia. Pero no a la infancia en general con mi plaza, el karting a pedal y los amigos del barrio; sino a una tarde en particular: la tarde que probé por primera vez las torrejas.
Habrán sido las seis, o un poco antes. En la casa donde hoy viven las tías, hasta hace no muchos años también vivía la abuela. Con la prolijidad que la caracterizaba, todos los días antes de que el sol cayera disponía sobre la mesa de la cocina todos los utensilios y alimentos para la merienda. Tostadas de pan francés, mermelada casera y generalmente de naranjas, la manteca en la mantequera y sobre unos platillos de vidrio grueso los enormes pocillos repletos de te con leche. Amaba merendar con la abuela Adela, nunca el momento de la merienda me pareció tan importante como entonces. Era una verdadera ceremonia. 
Esa tarde, además de las tostadas había torrejas. 
Me dijeron algo de la bisabuela Petra y de las comidas vascas, pero no lo recuerdo muy bien. No supe si agarrarlas con mis manos o si pedirle a mi mamá que me las cortara para pincharlas y llevármelas a la boca con un tenedor. Estaban almibaradas y no estaba segura de que fueran a gustarme. Lo cierto es que las comí y fue lo más dulce que conoció mi boca. Más que las pastillas Yapa y las bananitas Dolca que me compraba papá en el kiosco de la plaza Urquiza.
Cuando la tía me dijo que había una sorpresa para mí en casa de ellas jamás imaginé lo que me esperaba debajo del repasador.



18/4/14

Casi mil personas, un mismo apellido


Allá a lo alto, delante del portón de ingreso a una de las naves de los galpones del puerto de Gualeguaychú colgaba un cartel lo suficientemente grande como para que desde cierta distancia pudiera leerse con facilidad: "Bienvenidos. Ben vindos. Benvenuto". Se trataba de las palabras de recibimiento para los participantes del séptimo encuentro de la familia Taffarel, que por primera vez tenía a esta ciudad del sur entrerriano como sede.

Estaban invitados todos los que forman parte de algunas de las ramas del inmenso árbol genealógico de esta familia que nació en el Véneto del siglo XI, y que como muchas otras, formó parte de la oleada inmigratoria hacia Sudamérica ocho siglos después. Algunos quedaron, claro, y hoy sus descendientes se relacionan con los descendientes de quienes vinieron, a través de las redes sociales. Al llegar a costas brasileñas parte de la familia se quedó allí, mientras que otros siguieron su viaje hasta lo que hoy es Larroque, una pequeña ciudad ubicada a 50 kilómetros de Gualeguaychú, donde según dicen, la mitad de los habitantes son o descienden de los Taffarel.

Así empezó todo. Es por eso que en este encuentro, a modo de bienvenida los anfitriones realizaron una teatralización de lo que fue la llegada de los ancestros a América, y para ello no sólo se vistieron como en la época sino que utilizaron un barco y el río Gualeguaychú como escenario. Hubo aplausos, y lágrimas, y más abrazos; sobre todo entre los mayores, que tenían más presente el relato del desembarco.

"Dalla Italia noi siamo partiti
Siamo partiti col nostro onore
Trentasei giorni di macchina e vapore,
e nella Merica noi siamo arriva'...", cantaban.





En el interior del salón, en un rincón a la derecha del portón de ingreso estaba Edie. Con sus 78 años de pie, e indiferente a la música de moda que empezaba a retumbar en el lugar, explicaba con extrema dedicación lo que representaba cada uno de los óleos allí expuestos. Los había pintado ella, y pertenecían a su colección sobre la historia de la familia. Uno mostraba un par de campanas que el abuelo Luís trajo de uno de sus viajes de regreso a Italia con el fin de que sean colocadas en la capilla de Talitas. Hoy sólo repica allí una de ellas porque a la otra se la llevaron hace tiempo a Urdinarrain “no sé con qué permiso”, agregó Edie con un gesto de indignación que se le pasó rápido. Dio un paso a la derecha y se detuvo frente a una procesión de inmigrantes recién llegados a una estación de tren: mujeres embarazadas, niños pequeños, hombres y algunos muchachos vistiendo los birretes de la guerra; porque así los había visto ella en una de las fotos que conserva de la época. Más allá, una docena de hijos y nueras trillando soleados campos de trigo, junto a las máquinas que también le tocó traer a Luís. Y para el final, como corolario del relato histórico de la familia, Edie deja dos cuadros. Ambos la llevan a un mismo lugar: una casa de gruesos muros de piedra que todavía existe en una esquina de Treviso, se trata de la misma que un siglo y medio atrás dejaron sus bisabuelos Antonio Taffarel y Caterina Zanetti. Tres veces intentó Edie conocer ese lugar, pero los viajes al país de sus raíces no se dieron: “Ahora en unos días va a ir mi nieta, como viaje de bodas, y es como si fuera yo. Le pedí que me trajera un poquitito de tierra”.

Edie hubiera seguido en ese rincón relatando la historia de la familia quién sabe por cuánto tiempo más, pero una de sus sobrinas se la llevó del brazo para sentarse a comer, y a paso lento se perdió entre la parentela.

La noche terminó con un baile, y al otro día, temprano, todos a Misa. Otra sana costumbre que también bajó del barco. Curas no faltaban, porque además del párroco de la Catedral, entre los Taffarel había dos sacerdotes. Uno de ellos, de nacionalidad brasileña, asegura con orgullo conservar intacto el dialecto que le enseñaron sus abuelos, algo difícil de escuchar hoy en Italia, de no ser por algunas personas mayores. Ellos, a un océano de distancia y durante años, lo mantuvieron vivo hablándolo en su casa, transmitiéndolo de una generación a otra. Fueron las ganas de conservar la cultura, atesorar los orígenes y de que lastime menos el desarraigo.

Parte de eso son también estos encuentros familiares. Reconocerse en una historia en común, en tres Himnos nacionales, tres banderas (o cuatro, incluyendo a la de la región del Véneto, que también fue ceremoniosamente portada al inicio del encuentro), una vieja fotografía, un escudo, la misma sangre, y un mismo apellido.

Foto: Ricardo Santellán.

2/4/14

tres años

"Nunca un all inclusive en el Caribe", le dije apenas empezábamos a alejarnos del puerto. Quise hacerlo reír, para que no sea siempre él el gracioso entre los dos, y lo conseguí. El negrito sonrió hasta llenarse de viento todos los dientes, y largó una risotada hermosa.
Habíamos ubicado a Miguelina con la Pochi y Miguel, y nos disponíamos a remar hasta el Venerato en una piragua prestada. Llevábamos algo para almorzar y algo también para brindar. Yo no sabía que llegar a destino nos tomaría algo más de dos horas, y que el regreso sería aún peor con la corriente de frente; pero igual le dije que sí cuando el día antes me propuso celebrar de esta manera nuestro tercer aniversario de casados.
Cómo no aceptar, entusiasmada, si justamente fue con sus ideas poco convencionales y sus invitaciones sencillitas que me enamoró. 
Ojalá no cambie, ojalá esto siga siendo así entre los dos, aún si algún día la corriente nos lleva hasta el Caribe.

26/3/14

audición

Llueve, lo sé porque escucho el azote de las gotas contra el techo, y contra el asfalto que no está tan lejos. No es una lluvia copiosa, de esas que ensordecen el resto de los sonidos. Es el fade in o el fade out de un chaparrón.
Ladra un perro, con insistencia. Y otro más se suma, y yo imagino que le responde. Siempre, o mejor dicho desde que ví por primera vez la película de Disney "La dama y el vagabundo", creo que los perros se contestan cuando ladran.
La lluvia ya no se escucha. Quizás esté lloviznando, pero no tengo interés en corroborarlo. Total, ya entré la ropa.
Alguien olvidó el televisor encendido en la habitación de al lado y llegan, aunque borrosas, las palabras del guión de una telenovela. Cuando vivía sola solía dejar la tele prendida para simular compañía.
Una moto pasa alborotando la tranquilidad de este barrio de noche. Y el perro reincide. Y el otro también.
Por encima del hombro, pero por debajo de mi lóbulo derecho, me llega un suspiro chiquitito. Ella duerme; ajena a la lluvia, al guión de la telenovela, a los ladridos de los perros y la moto, y sueña con cosas que está intentando nombrar. 

7/3/14

sugestiones

Anoche que Miguelina se durmió temprano, con Damián pretendimos "aprovechar para dormir", ya que se trata de algo sumamente necesario y que se da muy de vez en cuando desde el 28 de septiembre del 2012. Sin embargo, los muy abombados nos enganchamos con dos películas, ambas ya empezadas, aunque no lo suficiente como para no entender la trama.
Un drama y una comedia, como para compensar con risa la angustia.
Lo que voy a contar a continuación no es algo que no haya observado antes, sólo que anoche me sorprendió más de lo habitual. En las pausas publicitarias (que siempre llegan en el mejor momento) noté que Damían hacía comentarios como si le estuviera pasando a él lo del protagonista, un tipo de empatía  algo extraña, ya que su vida y la del pobre muchacho de la película no se parecen en nada. Es así como culpa del cine mi marido siente el dolor de mi engaño y lucha porque yo le deje ver a su pequeña niña, y sobrevive a la traición de un amigo o experimenta (desde los mullidos almohadones de la cama) la aventura más extraordinaria, con estallidos, tiroteos y persecuciones. 
Como anoche me causó mucha gracia, y le advertí que probablemente lo escribiría en el blog, me confesó que siempre ha sido así. Que cuando era niño salía del cine Palma con los ojos desorbitados creyendo ver enemigos escondidos arriba de los techos y seguro de que sus bracitos morenos eran tan poderosos como los de He-Man.
Y me enamoré aún más.


15/2/14

el cornetero


Ayer se realizó la noche inaugural de los corsos populares, una fiesta carnestolenda auténtica que late intensa y vigorosa todos los febreros. Irregular y asimétrico desfile de carcajadas, algarabía y sudor de barrio. Hay serpentina, agua-nieve, choripanes a la venta en las cantinas, colores, papel picado; y colombinas de toda la periferia.
Desde dónde yo estaba, que no era ahí, imaginé a Julián [ojos color del barro] mirando hacia arriba. El cielo ya a oscuras, cubierto por las bocas abiertas de las cornetas. El nerviosismo del coordinador, que él no llegaba a comprender del todo pero le alcanzaba para saber que aquello era algo importante, y que al final, como en el fútbol, se podía perder o se podía ganar. A un costado resguardando sus pasos estaría su mamá, orgullosa, enamorada. Pensé que Julián estaría hermoso con su traje de friselina sosteniendo su propia corneta, igual que la de los demás, con los mismos motivos pintados con esmalte brilloso sobre la hojalata, pero acorde a su tamaño de hombrecito de cinco años. 
Sabía lo que tenía que hacer porque lo había ensayado varias veces allá en la casa de la mamá de Sebastián, en calle Jujuy pasando Seguí. Además, el día anterior cuando fueron a una radio, tras escucharlo tocar, la periodista que le preguntaba un montón de cosas lo felicitó y al final todos lo aplaudieron.





3/2/14

Lluvia, un poema de Juan Gelman

hoy llueve mucho, mucho, 
y pareciera que están lavando el mundo 
mi vecino de al lado mira la lluvia 
y piensa escribir una carta de amor/ 
una carta a la mujer que vive con él 
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él 
y se parece a su sombra/ 
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la 
mujer/ 
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/ 
por una puerta se entra a muchos sitios/ 
al trabajo, al cuartel, a la cárcel, 
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/ 
ni a una mujer/ni al alma/ 
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/ 
como hoy/que llueve mucho/ 
y me cuesta escribir la palabra amor/ 
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/ 
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/ 
y cuándo/y cómo/ 
pero el alma qué puede explicar/ 
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/ 
palabras que naufragan/ 
palabras que no saben que hay sol porque nacen y 
mueren la misma noche en que amó/ 
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca 
escribirá/ 
como el silencio que hay entre dos rosas/ 
o como yo/que escribo palabras para volver 
a mi vecino que mira la lluvia/ 
a la lluvia/ 
a mi corazón desterrado/

18/1/14

en el cielo las estrellas

Lo primero que hice este año, luego de desearles un feliz 2014 a quienes tenía a mi alrededor, fue enseñarle a Esteban la constelación de Orión.
Las tres Marías son el cinturón del cazador. Aquella estrella que brilla bien derechito a la María del centro, y allá arriba, es la cabeza; y esa otra ahí abajo es uno de los pies. Al otro pie lo tiene levantado, como si estuviera corriendo, y es esa otra estrella a la izquierda. Ahora, entre el cinturón y la cabeza hay tres estrellas que desde acá se ven con menos intensidad que son: el codo, la mano y la punta de la flecha.
Y Estebanojosbellos sonrió con toda la luz del año que empezaba al descubrir la figura del hombre en las estrellas.

17/1/14

ellos

Cuando él toca la guitarra hay algo que se alborota en ella. Un giro algo atolondrado, o un tosco contoneo de caderas, o una preciosa sonrisa; lo que sea, pero en el momento en el que él empieza arpegiar a ella se le frena el mundo, o se le eleva.
Identifica su voz cantando mucho tiempo antes de que sus pulmones se le llenaran con el aire de los ríos amplios. Esa voz era parte de todo lo que hacía de aquel paraíso acuoso y tibio, un lugar perfecto. Y fue esa misma voz la que la recibió cantándole entre lágrimas una chamarrita nueva la vez que el paraíso se esfumó. Entonces se reconocieron y dejaron de esperarse.
Ahora, que él toma la guitarra y empieza a cantar, ella deja lo que estaba entreteniéndola y se le acerca. Son sólo ellos. Nadie, ni siquiera yo que los miro despedazándome de amor puedo entrar. 
Podrá él pararse en reconocidos iluminados escenarios, escuchar aplausos intensos y elogios sinceros, pero dudo que exista un ser al que le guste tanto escucharlo cantar y tocar la guitarra.

10/1/14

carnaval





      "Después de ver el carnaval de Gualeguaychú 
             no hay nada que te sorprenda", 
       dijo el maquillador artístico Gervasio Larrivey 
        hace unos días en una entrevista en la radio.

9/1/14

resumen de noticias

¿Vos viste lo que pasó en Estados Unidos? Se congeló el lago Michigan, boluda. ¡Increíble! Lupe, vení para acá, vení. Y nosotros acá con este calor insoportable. ¡Lupe!. Y ahora vamos a importar tomate... ¡¿A vos te parece?! Lupe, te dije que entres, vamos. Al baño. vamos, vamos Lupe, entrá, vení para acá, perra desobediente!. ¡Lupe!


Monólogo con aspiraciones a diálogo desarrollado este miércoles a media mañana en Clavarino y Santiago Díaz.