22/5/13

del patio a la salsa

Ya lo he dicho: yo de botánica, cero. Distingo apenas un par de especies arbóreas y las flores, a excepción de las más conocidas, se me confunden todas. Creo que de niña no me cultivaron el interés por esta parte de  la creación, sí el respeto, sí el cuidado, pero la instrucción fue poca y nunca nada que estuviera aferrado a la tierra alcanzó a maravillarme.
Una vez plantamos un árbol en el patio del colegio, pero el proyecto fue tan colectivo que se diluyó. Fuimos todos y por lo tanto nadie en particular (y menos yo). No recuerdo de qué especie se trataba y nunca me acordé de observar cómo crecía. No sabría decir exactamente dónde está, si es que aún está. También tuvimos una huerta. Todos los terceros grados cuidaban una durante el año. Yo prefería sacar los yuyos con un cuchillo viejo de mi abuela y abocarme más bien a la confección y mantenimiento del espantapájaros.
Sin embargo ahora, que estoy grande y sentada al lado de la ventana que da al patio, me conmueve ver tres frutos rojos agobiando con su peso los gajos de la planta de morrón que yo misma planté. Sin tener ni la más mínima idea de cuál sería el lugar más apropiado y sin otorgarle mayor cuidado que el de echarle un poco de agua cuando pasaban días sin llover, nacieron morrones. Y son mis morrones, y los puedo cortar en cubitos  chiquititos y ponerlos en la ensalada como hago con los morrones que compro en lo de Chiche.
Es vida y es alimento que se ofrece generoso desde ese rincón de nuestro patio.




18/5/13

palabras encarnadas



Las palabras tienen dueño, por ejemplo: la palabra "epíteto" es de mi madre. Sucede que los dueños de las palabras no son plenamente conscientes de su pertenencia. Con seguridad puedo afirmar que mi madre no sabe que "epíteto" le pertenece. Lo sé yo, y quizás alguien más. Y lo sé porque leyendo una página de un libro encontré esa palabra. Entonces se fue Horacio y el Club y la Maga enfermera de Pola y apareció mi madre pronunciándola. "Epíteto". Sólo esa, ni la que le antecedía y la que proseguía. La dijo, porque era su palabra, y se fue.
Las palabras se les encarnan a sus dueños en la piel de la cara, y cuando esto sucede ya no hay nada que hacer. Todos nos iremos con nuestras palabras encarnadas, en la comisura de los labios, debajo de los ojos, entre la ceja y el párpado. Eso depende de cada palabra. Están a las que les sientan bien los pómulos y a las que no.

13/5/13

anoche

/Silbo en la oscuridad, 
Animal sin reposo; 
Torres de la vigilia, 
Candela de los ojos/

Siempre,
de alguna manera volvés.
Parecías tan real...
Inequívoco,
flagrante.
Si hasta pude escuchar eso que nunca te animaste a decir.
(¿O era lo que yo quería que dijeras?)
Palabra por palabra.
¡Al fin!
entrecortadas,
apuradas,
amontonadas,
susurradas, desesperadas
así.
como una gota detrás de otra
fueron cayendo sobre mí,
golpeándome.
Llevaba años esperando,
generando situaciones oportunas,
arriando agotada el curso de las cosas,
tratando de que fuera tu boca la que hablara y no las otras.
Tu voz.
Desesperé, insistí, lloré,
y finalmente decidí cansarme.
Irme,
y que te fueras.
Que te fueras en serio.
Vos y tus palabras no dichas.

Sin embargo anoche...

5/5/13

gotas

Una tarde que llovió, desde adentro miró hacia afuera. Por un momento también cerró los ojos. Procuró no pensar en ninguna melodía. El reto consistía en hacerlo después. 
Entonces escribió.


Es un ave extraña o un reptil voraz
que fagocita en picada 
sus inmóviles tangentes
de transparencia tenáz.

Mártires del trueno o de las mañanas
tendrán la muerte y la vida
en el romance del sol
con sus bellas amalgamas

Gota por gota va
mi reflejo enmudecido
para soltar su rugido
en un gigante de sal

Lento en la bajante siguen su destino
de calma en las grietas,
de vida en las lenguas,
de peine de linos

Comparten camino hermanas surgentes
y el salto en las correderas
eleva el arruyo
del canto simiente.


Gota por gota va
mi reflejo enmudecido
para soltar su rugido
en un gigante de sal

Damián Lemes



3/5/13

puro, incondicional

"Nunca nadie va a mirarte con tanto amor", me había dicho Mariela, delante de su hijo Yamandú, de seis meses en ese entonces. No recuerdo si yo estaba embarazada. Lo cierto es que le creí fervientemente sin saber de qué se trataba.
Hoy puedo dar fue de aquello que me dijo Mariela.
Nada se compara con lo que siento cuando Miguelina me mira.