31/12/13

a secas

No me salen palabras de despedida de año esta vez. Debe ser el calor que secó la poca inspiración que me trajo diciembre. Digo, por echarle la culpa a algo. Por romper esa costumbre de echármela siempre a mí.
Hubiera querido dejar acá unas lindas frases sobre lo que se fue y lo que vendrá, y que quien lo lea se emocione un poco, se identifique en algún momento y al final de todo hasta tenga la amabilidad de agradecer mis palabras y ponderar mi prosa.
Nada de eso, este 31 de diciembre no me sale decir nada que no haya dicho ya, o que no hayan dicho otros. Si lo intento, quien me lee no hará más que perder el tiempo leyendo cosas que ya leyó - un poco más estiradas o más duras o más líquidas - pero las mismas al fin. 
Hasta el próximo año, lectores, que espero nos siga suspendiendo por acá. Que no dejemos de asombrarnos, ni de escribir, ni de leer.


23/12/13

volar


Dios le dio al ser humano muchas ventajas por sobre el resto de los seres de la creación; como aquello del pulgar oponible, que le permite prensar objetos con solo dos de los dedos de una mano. Le dio las palabras, un alma, unos cuantos tipos diferentes de inteligencia, y la voluntad, entre otras cosas; pero no le permitió volar por su cuenta. Entonces el hombre se las ingenió (claro, también tiene ingenio) para surcar el cielo de alguna manera. 

Helicópteros-parapentes-avionetas-aviones-paracaídas-dirigibles-cohetes-globos aerostáticos. 

Gustavo es hombre, y también quiso volar. Pero para lograrlo primero tuvo que despegar(se) y echarse a trotar, sin mirar cómo tomaban carrera los demás. En este objetivo estaba sólo el. 
Por primera vez. Sólo él. 
Entonces corrió, y estiró su brazo derecho, y se agarró fuerte. El envión le permitió levantar una pierna y la fuerza de su abdomen, la otra.
Un poco más de práctica y el suelo iba quedándose lejos.
Tanto y tan lindo voló Gustavo que se confió. Un día, antes de tomar carrera se vendó los ojos. Y así igual voló. Las piernas y las telas se trenzaban y se destrenzaban y vaya a saber cómo, pero siempre lograba quedar sujetado y no hacerse añicos los huesos.

Ya quisiera yo confiar en mi Dios, en mi país, en mi padre muerto, en mi madre cerca, en el hombre que amo, o en mí misma.
Como confió Gustavo.


13/12/13

un cuento de Landó


Era lindo cuando de niñ@s algún adulto nos contaba un cuento. Los improvisados en el momento estaban buenos porque maravillosamente coincidían con nuestras propias vidas en más de un detalle; pero los otros, los que alguien había escrito, también. A mi me gustaba Hansel y Gretel porque me resultaba de una astucia deslumbrante de parte de los niños eso de ir tirando miguitas de pan para reconocer luego el camino, más allá de que se las comieran luego los pájaros.
El martes por la mañana me dieron ganas de que me contaran un cuento, y la red social del momento fue la clave para encontrar al autor. Se llama Jorge Landó, es  un señor muy alto, de barba blanca, gualeguaychuense y anticlerical. Escribe hermoso. El cuento que me mandó es el siguiente, y se llama "Paraje La Garza Mora".
Que lo disfruten, como yo.




No me va a crer Don Luis, bah, si a mí nadie me cree. Pero había como docientos pa verlo al Nene Brunner en persona . Vinieron de todos laus, del Médano de Ceibas, de Paranacito, hasta de Gualeguaychú vinieron.

Y no mentía el viejo Aguinaldo Cevallos, se había acercado mucha gente al Paraje Garza Mora, caserío de unos setenta habitantes, pero con destacamento policial, capilla, posta sanitaria, y otros adelantos infrecuentes en la zona y en una población tan pequeña. Pero el Torcido Menoyo había nacido allí, y hoy era Diputado Provincial, jugaba sus influencias en beneficio de su pago el Torcido, su nombre de pila era Pío Papa, le decían Torcido porque de chico lo pateó una yegua y le dejó mal todo el costado izquierdo, desde entonces vivía medio de perfil, casi como los egipcios.
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Pa verlo al Nene llegaron Don Luis, pa verlo de cuerpo presente, la Rosa Aizpurúa estaba que se salía de la vaina. Hacía como tres años que no lo veia. La pista ´el cieguito estaba llena ´e gente.

La Rosa Aizpurúa, vasca de madre, y padre desconocido, era la “pareja” del Nene Brunner. El cieguito Artidoro Pereyra era ciego de nacimiento el pobre, pese a ello con la menguada herencia de su padre había edificado el emporio de la diversión del paraje. Boliche de copas, cancha de taba, pista para cuadreras, cancha de bochas. Y tres piecitas al fondo, que tanto servían de alojamiento para infrecuentes viajeros, como para que allí se prostituyera su hermana, la bizca Eudosia Sanjurjo, hermana de madre solamente. La bizca estaba siempre allí a disposición de quien la requiriera, no tan siempre se le sumaba alguna viajera, del oficio, que recalaba para retomar fuerzas y hacerse unos pesos. Y menos siempre cualquier mujer del pago que precisaba recomponer sus finanzas, o remediar sus carencias de afecto. En estos últimos casos trataban con Artidoro para que las ubicara en la pieza del fondo, la que no tenía luz, de modo que los clientes entraran sin saber con quien ni con que se encontrarían. Bastaba con disimular la voz ante el ciego y los clientes.
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Llena la pista Don Luis, quién iba a decir, por ese asunto del libro. ¿Qué les importaba el libro? si casi ninguno sabía ler. Era pa verlo al Nene.
Otra verdad del viejo Don Aguinaldo, al que nadie le creía a causa de su fama de mentiroso y borracho. Pero esta vez decía la verdad.
La Comisión de Fomento, todos amigos del Torcido, había conseguido un subsidio de la provincia para organizar algo que moviera un poco la vida del paraje.
Y a instancias del maestro, director y ordenanza de la escuela, organizaron un certamen literario. Los participantes debían presentar un libro de cincuenta páginas que versara sobre el Paraje Garza Mora. La extensión fue provincial, y el género podía ser cualquiera, cuento, novela, teatro, ensayo histórico, poesía. El único premio era la edición de doscientos ejemplares del libro, de los cuales el vencedor recibiría cien. El jurado lo integraban el presidente vitalicio de la Comisión de Fomento: Don Aparicio Fagúndez, el maestro Don Heraclio Paredes y el propio Torcido Menoyo.
Poco debió trabajar el jurado, pues se presentó una sola obra, que resultó ganadora por fallo unánime, el seudónimo empleado fue “Flor Silvestre”. La poca convocatoria del concurso fue cuidadosamente ocultada por los organizadores, que dijeron haber recibido más de cien trabajos.
Cuando se abrió el sobre para develar los datos del, o de la agraciada/o, todos los presentes quedaron helados. El triunfador fue el Nene Brunner.
Arduas fueron las pesquisas para dar con su paradero a fin de invitarlo para la entrega del premio.
Más arduas las gestiones para lograr que se confirmara la asistencia del triunfador. Pero al fin hubo una respuesta positiva y se fijó la fecha.
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Quién le iba a decir Don Luis, el Nene autor de libro, nunca le conocí esas mañas. Él sabía ser güeno pa cartear en el truco, cargar una taba, o hallar algún lazo antes que el dueño lo pierda. Habilidoso pa encontrar una soga y llevársela pa su casa, sin darse cuenta que había un ternero en la otra punta.
Pero escribir libro ni pa nada.
La fama del Nene Brunner estaba bien cimentada, tanto que debió mudarse de pago ante las reiteradas y sabias sugerencias del Torcido, su amigo de la infancia.
Poco se supo de él luego, ni la Rosa tenía noticias del amor de su vida.
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La cosa es que se ha juntao toda esta multitú pa verlo al Nene con libro. El cieguito ha puesto mesas en la pista y está despachando bebida a lo pavote.
El negocio de Artidoro Pereyra marchaba viento en popa, desde la mañana temprano, vino en especial, ginebra y refrescos. En una parrilla humeaban los chorizos. Había también truco y taba, para matizar la espera.
Las piecitas del fondo trabajaban a pleno. La bizca y dos forasteras hacían lo suyo a destajo, y el cieguito iba con su parte en todo.
Lo único que empañaba su dicha era que cada tanto el torcido invitaba una vuelta para todos, y a esas vueltas jamás las pagaba.
Un par de matronas del lugar rumoreaban entre ellas mientras se hacían cruces denostando la actividad ilícita e inmoral de las tres mujeres de las piecitas.
Pasado el mediodía la concurrencia vio llegar una camioneta, en las puertas un escudo y una sigla IPPSF. Los que sabían, medianamente, leer identificaron las letras pero se quedaron sin saber su significado.
Entre otras tres personas que descendieron del vehículo vieron azorados al Nene Brunner, riguroso ambo azul marino, camisa blanca, corbata verde y zapatos bien lustrados. Como recién afeitado y el pelo corto a la moda. Era preciso detenerse en su cara para reconocerlo. Era, sin duda, el Nene Brunner que todos conocían de sobra. Tez morena, facciones simiescas y la sonrisa que nunca se le fugaba del rostro. Nunca nadie supo por qué sonreía siempre.
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Y yo, Don Luis, ya estaba mamau por unanimidá. Pero tengo tantos años de mamau que no se me escapa nada.
El Nene se reia por algo, lo conozco de gurí, algo se maliciaba.
Mirelón al Nene Brunner con libro, con su pinta ´e tape y su apellido alemán que nunca supo ´e dónde lo había sacau, porque a su padre no lo conoció.
Los recién llegados se plegaron al jolgorio general, la Rosa se colgó del pescuezo del Nene y lo miraba embobada. Los acompañantes del laureado querían comer, y el Torcido en persona se encargaba de atenderlos. Unas tiras de asado, chorizos y ensalada aparecieron en la mesa que tenían reservada desde el comienzo. El vino, tinto y blanco, se destacaba por ser de buena marca, entre tanto vino de damajuana que circulaba por toda la pista.
Había tiempo antes del acto protocolar de la entrega del premio y la presentación del libro del Nene.
De un colectivo de línea que hizo un alto en la ruta llegó, caminando, un hombre alto y muy flaco, del hombro le colgaba un portafolios negro, de lona.
El Torcido lo presentó, era un poeta y cuentista de Gualeguaychú, también profesor de Lengua, Literatura y Latín. Algunos se quedaron pensando si Latín era una lata chiquita.
El mismo Torcido, apelando al remanente de una partida destinada a la ampliación de una letrina pública que se construía sobre la ruta, lo había contratado para que se hiciera cargo de la presentación y análisis de la obra del Nene Brunner.
El profesor no dudó en sentarse en la mesa donde estaba el vino bueno y el asado. Hizo honores proverbiales a ambos elementos entre comentarios y carcajadas cada vez más estridentes.
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Le juro Don Luis que el profesor ese chupaba como ladrillo ´e cuarta y comía como lima nueva, ni que se fuera a acabar el mundo, era un desaforau pal tinto, no le duraba en el vaso.
La parte formal del acto estaba prevista para las cinco de la tarde. A eso de las cuatro y media los acompañantes del Nene se dirigieron a las piecitas, y cada uno en una se encerraron bien acompañados.
Como la plata no había alcanzado para contratar equipo de sonido un megáfono hacía las veces de tal.
El presidente vitalicio de la Comisión de fomento abrió el acto exaltando las virtudes cívicas del Torcido, ciudadano preclaro le dijo, benefactor de la comunidad. Al Nene lo calificó de poeta por “autonomacia”, y le cedió el megáfono al profesor que se lanzó al comentario de la obra. Le costaba articular las palabras a causa de la profusa ingesta alcohólica previa, no obstante citó en abundancia a Virgilio y a Borges, ilustres antecedentes del Nene Brunner. Habló de tropos y metáforas, de hipérbaton y metonimia, de paráfrasis y oxímoron, para terminar leyendo una cuarteta del libro que, solícito, le alcanzó Don Ricardo, el encargado de la edición.
“En los campos de La Garza
  ande relincha el peludo
  levanta cola la iguana
  con una flor en el culo”
Los aplausos lo alentaron para leer otra, el vino también lo alentó. Después de una parrafada en la que elogió la concisión y economía de lenguaje del Nene Brunner, comparándolo con Quevedo y Lugones, leyó este terceto:
“En el pago de La Garza
no hay animal que se pierda
¡Flor mierda!”
La ovación fue generalizada, la concurrencia deliraba de gozo, agitando pañuelos y sombreros, lo que le indicó al profesor que era tiempo de convocar al vencedor para ceñirle la corona de laurel que habían preparado las niñas del lugar.
El nene Brunner no aparecía, lo buscaron con empeño y nada. Unos chicos que, ajenos al acto, jugaban a la pelota muy cerca dijeron haberlo visto con la Rosa caminando hacia la ruta.
Los tres hombres que habían arribado con el Nene aparecieron demudados.
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Tenemos que llevarlo de vuelta al penal de Coronda, si no nos decapitan.
Algunos comprendieron la sigla pintada en las puertas de la camioneta. “Institutos Penales Provincia de Santa Fe”.
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¿Sabe Don Luis? el nene estaba guardau en Coronda, intentó asaltar una compañía de seguros, pero era tan chambón que lo agarraron.
Las gestiones del Torcido habían logrado que le permitieran asistir a la entrega de premios, ya que era el único y principal  premiado.
La policía local rastrilló en vano la zona. Cuando empezaron la búsqueda el Nene Brunner ya estaba a bordo de una lancha rápida por el arroyo Martínez.
A la noche bebía vino blanco helado en una suntuosa residencia isleña, junto al propietario, que no era otro que el Torcido mismo, la Rosa y la bizca.
El cieguito Pereyra contaba sus ganancias palpando con cuidado los billetes.
Los oficiales santafecinos optaron por mamarse y repartirse a las dos forasteras que quedaron, igual los iban a castigar luego.
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Ya sabía Don Luis, el nene Brunner es capaz de joderlo al mismo Judas. Y si se junta con el Torcido Menoyo, ¡Pior!.
En el Paraje Garza Mora se sigue hablando hasta hoy de la ingeniosa fuga, aunque los diarios no dijeron ni mu.

Los lugares y personajes de esta historia pertenecen a la ficción. Cualquier parecido con sitios o personas reales es producto de la casualidad, que tantas veces acierta.

Jorge F. Landó

11/12/13

perdón

               
"No tengo palabras para pedirles perdón", dijo José Alberto Castro tras conocer su condena. 
Hacia años que trabajaba de camionero. Sabía tanto... Había hecho ese recorrido ciento de veces y en horarios diferentes. Tan clara la tenía José, que la madrugada del 4 de septiembre se creyó omnipotente. Tenía que cumplir horario de llegada, como siempre, y ese neumático roto kilómetros antes demoraba el objetivo. Además quería volver a casa, ver a sus hijos, y descansar. Concordia aún estaba lejos, la provincia-isla recién empezaba.

La oscuridad de la noche habilita al hombre a actos que el día impugnaría.

La solución a los problemas de José era ese atajo. Lo haría rápido, él sabía cómo. Hay otros que también lo hacen.

Una mala idea y la vida da un vuelco.

Claro, el no quería que ellos murieran. No los conocía. No sabía sus nombres. No sabía que también venían por la ruta esa noche.

Pocos meses después, una mañana de calor una jueza en Gualeguaychú leyó su destino: tres años y dos meses de prisión efectiva, más la inhabilitación para conducir vehículos automotores durante diez años. 

No podía creerlo, jamás se había imaginado pasar días en la cárcel. El no era un criminal. Pero sabía que se merecía pagar por lo que hizo. La culpa lo estaba torturando. Se sentía estúpido y tenía bronca consigo mismo. Quería pedir perdón y no sabía cómo, le dolía el dolor de esa gente.

"Fue una negligencia mía, fueron cinco segundos y por más que sea un chofer profesional soy un ser humano y cometo errores, ojalá no haya más estúpidos como yo. Lo lamento un montón porque sé que arruiné a una familia", le dijo José esa mañana en la sala a un periodista que se acercó a entrevistarlo. 
Durante el transcurso de la nota pasó algo que dejó atónitos a los empleados del Poder Judicial y que el diminuto grabador del periodista atesoró. Un muchacho joven, de unos 20 años, y un hombre adulto se le acercaron para abrazarlo. Eran el hijo y el hermano de la mujer que murió en la ruta aquella madrugada. Le dijeron que lo entendían, que no le tenían bronca y que lo perdonaban.

José pagará con años cárcel su negligencia, pero gracias a la inconmensurable grandeza del perdón que esos dos hombres pudieron darle José alivianó su culpa, que hubiera sido su peor condena. Su martirio eterno.