28/2/13

Willkommen

A 60 kilómetros de Gualeguaychú y a 25 de Urdinarrain, sobre la ruta provincial 20 se encuentra San Antonio, una aldea agrícola ganadera que desde hace 17 años le rinde culto al trabajo de los inmigrantes llegados desde el río Volga, con una fiesta sencillamente imperdible.
El acceso es un camino largo, prolijamente enripiado que se abre paso entre campos sembrados, criaderos de pollos y unas pocas casas lo necesariamente alejadas para que el polvo que el tránsito levanta no les llegue. Poquito a poco las viviendas aparecen con mayor frecuencia, los maizales quedan atrás y el camino de acceso se convierte en Avenida “Los inmigrantes”. Vaya si serán importantes por acá, que se los conmemora con el nombre de la arteria principal y además hoy hay fiesta en su honor. 

Tres bellísimas jóvenes de tez terriblemente blanca y ojos claros entregan unos pequeños folletos a quien ingresa al pueblo. Llevan puesto esos típicos vestidos alemanes, y en el pelo una o dos trenzas. De las ventanas de las casas cuelgan dos banderas: la negra, roja y amarilla, de la Nación de sus antepasados; y la blanquiceleste de la Patria joven que los acogió. Sobre la calle cuelgan, de una vereda a otra, banderines con los mismos colores. 

Bienvenidos a la Fiesta del Inmigrante Alemán. 


En la plaza San Martín donde más importante que el del prócer es el monumento a La Oma, suenan acordeones y hay venta de dulces, tortas, cerveza, unas galletitas caseras bañadas con glasé que ellos llaman tinikugen, y salchichas y chorizos alemanes que las vendedoras entregan sostenidos en pan y aderezados con chucrut.  

Elvira tiene 70 años, es alta y se la ve fuerte. Estuvo el día entero amasando y batiendo. Son casi las siete y sobre su stand sólo quedan migas. Una supone que debería estar cansada, sin embargo no se le nota. Debe ser una mujer laboriosa, pues lleva en su estirpe la idiosincrasia de los alemanes del Volga. Me cuenta que los primeros en habitar estas tierras sobrevivieron con harina, azúcar y grasa, y me señala el monumento que representa a una mujer metiendo masa de pan en un horno de barro. Sabe hablar alemán porque su madre se lo enseñó, pero lamenta y culpa a la falta de práctica estar olvidándoselo un poco. 

Por las calles pasean carros rusos y mientras, todos van preparándose para el desfile. En sus puestos los protagonistas y expectante en la vereda de la plaza, el público. Arriba de una carroza, un grupo de músicos compaña la caída de la tarde con polcas y chamamés; en otra, mujeres vestidas con trajes típicos ofrecen pan casero y los hombres entregan a los interesados unos vasitos de plástico cargados de un tipo de cerveza casera llamada quast (o kwast), que es una verdadera delicia. Allá enfrente, al lado del edificio de la Municipalidad ya está listo el escenario para el acto inaugural: un micrófono de pie y unas diez sillas para los dirigentes políticos; de fondo un modesto cartel recuerda el motivo del encuentro: 124° aniversario de Aldea San Antonio. Al finalizar el acto los festejos continuarán en el club. Allí elegirán una nueva reina, tocarán orquestas alemanas, habrá baile y se podrán degustar bebidas y comidas típicas.

22/2/13

la casa más antigua de Entre Ríos



CASA DE HAEDO
 Algunos autores aseguran que no hay en pie una casa más antigua en toda la provincia. De no ser esto cierto, al menos podemos asegurar que lo es en Gualeguaychú, por eso aquí se la conoce también como “Casa de la fundación”. Desde su construcción en los primeros años del 1800, hasta su designación como museo en 1987 fueron tantas las cosas que allí ocurrieron como las personas que la habitaron. La más trascendente quizás: haber sido tomada como cuartel por el mismísimo Giuseppe Garibaldi durante los días que tardó en saquear la ciudad.


Pocos años después de que Don Tomás de Rocamora dispusiera el lugar de asentamiento de la Villa de San José de Gualeguaychú, y se trazara el españolísimo damero con su plaza en el centro, en uno de los 85 solares repartidos entre los vecinos fundadores se construyó esta casa. Clavaron palos a pique donde empezaba la vereda y usaron ladrillos de barro para las paredes y paja para cubrir el techo. Ángulo recto en la esquina, paredes anchas, molduras siempre lisas y curvadas sobre las ventanas, cornisas poco prominentes, rejas negras, aberturas verdes, patio, jardín y huerta. “Claro exponente del colonial primitivo”, dicen los que saben.

Absurdo condicional aquel que invita a imaginar “si las paredes hablaran”, pero usémoslo igual. Si las de esta casa lo hicieran hablarían de peinetas, miriñaques y abanicos, de las vociferaciones en contra de la Primera Junta en acento español, del canto de los negros, del olor de las vacas y los cerdos, del cansancio de los obreros que levantaron la primera capilla, de un pesado cañón que unos hombres rudos colocaron apuntando a la plaza, de las velas primero y del fuego eléctrico de Edison que llegó después; del barro, de los adoquines, del hormigón; y de todo lo que siguió.

Por eso, cuando ya no hubo descendientes de José Antonio Haedo que la habitaran, se convirtió en museo.


La casa que fue cuartel 

De una de las gruesas paredes del museo cuelga un cuadro con la imagen de Giuseppe Garibaldi, héroe italiano que en Gualeguaychú se ganó muy mala fama, pues por decisión suya, el 20 y 21 de septiembre de 1845, la ciudad vivió una pesadilla. Garibaldi y sus legionarios desembarcaron sorpresivamente en estas costas, tomaron prisionero al Comandante Don Eduardo Villagra y saquearon 31 establecimientos comerciales y numerosas casas de familia. La casa de la familia Haedo fue aprovechada como cuartel y allí los invasores colocaron un cañón apuntando a la Comandancia.

En otra de las paredes del museo cuelgan dos cuadros con la imagen de los rostros ya viejos de Victoriana y Mercedes. Ellas tenían apenas 8 y 11 años cuando Garibaldi usurpó su casa. Esos días permanecieron escondidas en una de las habitaciones y según contó alguna vez un testigo, cuando uno de los soldados garibaldinos quiso entrar donde estaban las niñas, el italiano se lo impidió con vehemencia.

El motivo por el cual Garibaldi eligió saquear Gualeguaychú quedó expresado en sus Memorias: “El pueblo de Gualeguaychú nos alentaba a la conquista por ser un verdadero emporio de riqueza, capaz de revestir a nuestros harapientos soldados y proveernos de arneses para los caballos y de otras cosas necesarias. Era preciso desembarcar en él”.

14/2/13

la historia que cuenta Cristina

antes, cuando jugábamos este juego llamado histeria que nunca se me dio bien, porque las reglas se me escapan, me entretenía pensando en "el día después". después de que finalmente estuviéramos juntos, después de tanto dar vueltas para decirnos lo que, para mi, era obvio: que estábamos muerrrtos de amor, que pasabámos horas y horas juntos y siempre nos resultaban pocas, porque en los abrazos nos podíamos quedar a vivir, parecía. yo me imaginaba siempre una habitación, con mucha luz, los dos en la cama, vos acostado, yo boca abajo, apoyandome en mis codos, con el pelo, largo, abrigando la espalda, mientras te cuento de las veces que me mordí los labios para no decirte, para no besarte, para disimular, ponele, y vos te reís, y me decís que vos también, que aquella vez, si, esa vez, vos también. y asi pasa la mañana, entre descubrimientos e historias. y yo, capaz no ese primer después, pero si más adelante, pensaba contarte de la vez que, mientras me mostrabas fotos de tu familia, y me decías que tenía que ir a conocerlos un día, como un rayo, un terremoto, un tsunami de claridad me invadió y pensé: este es. este es el hombre de mi vida. y la certeza fue tal que empecé a temblar, me apuré a despedirme, dejandote desconcertado porque nuestras despedidas usuales eran eternas, siempre se estiraban con unos mates, otro tema, música, cualquier cosa, y yo con la certeza esta inesperada, tan clara, ella, que me tuve que ir porque no podía mirarte, no supe qué hacer con esa emoción salvo esconderla. ahora, que ya pasaron tantas cosas, tanta vida entre ese momento y este, y que ese después no llegó nunca, te miro, mientras le cambio la yerba al mate, y me doy cuenta que te estuve buscando en todos los que conocí después. o mejor dicho, entendí que ya no es a vos, particularmente vos, querido flaco, sino a tu calidez, tu consuelo y la comodidad que se instala entre nosotros como si no nos hubiéramos ido nunca del otro. son tus abrazos estrujadores y plenos, de entrega total y, por tanto, de contención total. hoy, que estoy triste por otras ausencias, y no hubo ni habrá habitación con luz, ni sol, ni charla en la cama ni besos con sabor a mañana, me alegro profundamente de que estés en mi vida así, como estás, medio cerca, medio lejos, para recordarme que, aunque pocos, hay como vos hombres posibles, amables, tarados y abiertos, para mujeres posibles, queribles y rayadas. como yo.


A este texto lo encontré hoy, en un blog que vengo a conocer justo ahora y no antes como me hubiera gustado. Vino bien, en medio de tanta bulla por el día de los enamorados.

10/2/13

la fiesta


Como una piedra que alguien tira al río, el carnaval se propaga como ondas alrededor del corsódromo. El tranquilo barrio de vecinos que recién ahora están acostumbrándose a ver el pavimento en la puerta de su casa, convulsiona cada sábado de verano. Autos por doquier. Los quioscos y las despensas abiertos toda la noche. Pelucas de colores. Agentes de tránsito. La Policía. Los turistas preguntando cómo llegar. Y la música de las comparsas que no deja dormir, por eso es mejor sentarse en la vereda y sumarse a la fiesta.

Da la sensación de que Gualeguaychú todavía no puede creer lo que pasa. Desde que en Argentina se recuperó el feriado de Carnaval, esta ciudad del sur entrerriano se convirtió en el epicentro de los festejos. Por los tres accesos de la ciudad se ven entrar autos constantemente. Y tal “invasión” genera trabajo y alegría, pero también algún temor  (como cuando para algún encuentro familiar caen a la casa más parientes y amigos de lo imaginado), y entonces se escucha a la gente preguntarse si alcanzará el agua, si habrá cortes de luz, plata en los cajeros y dónde se alojarán todas estas personas.

El barrio del corsódromo verdaderamente se transforma, y por fuera del enrejado de la pasarela el carnaval también se festeja.

Kamarr se estaba yendo y Ará Yeví estaba lista para su turno. Faltaban cuatro minutos para la medianoche. Beto, en su puesto de venta de cotillón carnestolendo, estratégicamente ubicado a pocos metros de la entrada principal del circuito, le colocaba un espaldar lleno de brillo y plumas a una turista salteña mientras el marido preparaba la cámara. Por 15 pesos podía sacarse todas las fotos que quisiera y sentirse pasista o bastonera por un rato. Cuando ella terminó de jugar él también quiso su foto. Beto cobró quince más y él, aunque vestido de jeans, camisa, y lentes con aumento, se calzó otro espaldar.

Cuando la ciudad deja de ser la sede del carnaval y recupera su habitual ritmo de pueblo grande, Beto es uno de los choferes de las ambulancias del hospital. Pero cuando llega el verano divide su tiempo y cansancio entre sus dos trabajos. Este año invirtió tres mil pesos en plumas para armar los espaldares. Uno de sus hijos confeccionó un montón de tocados para vender, y su mujer quedó a cargo de la caja. Contando a la pareja de Salta, ya eran 250 quienes le pagaron por una foto esa noche. Beto estaba contento.

La música de Kamarr se escuchaba lejos y alzando la vista desde la calle podía verse a la carroza de apertura de Ará Yeví en el otro extremo de la pasarela, lista para avanzar. En el bar de la esquina cuatro chicas con antifaces compartían una cerveza, mientras otra, con una pluma rosada en la cabeza bailaba en plena calle y alzaba su copa ante los desconocidos que la piropeaban. Los agentes de tránsito y los policías, serios en el centro de la batahola, la miraban con zozobra. Unos metros más allá, aclimatados con el espectáculo, una familia entera pasaba el rato en la vereda.

No había remises libres, ni lugar donde estacionar. Tampoco se escuchaban sirenas. Sólo los ruidos de la alegría, y allá arriba el cielo acompañaba con estrellas. Eran casi la una de la madrugada y seguía la fiesta…

Apurad, que allí os espero si queréis venir
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir.

Vamos subiendo la cuesta
que arriba mi calle
se vistió de fiesta*.

*Segmento de “La Fiesta”, de Joan Manuel Serrat

2/2/13

cambio de personalidad

Sólo bastó que dejáramos de ser quienes éramos para ponernos a jugar. La profe de inglés con un embarazo de cuatro meses, el arquitecto aficionado por el bikepolo y la periodista, jamás lo hubieran hecho. Pero la muñeca pepona, el malo de la película de Scream y la ratona, sí.