16/7/14

yo

La nota de Silvina me hizo bien. Ya se lo dije, fue como hacer terapia.
Una está más acostumbrada a hacer las preguntas que a responderlas, y aunque parezca irrisorio, dar respuestas sobre la propia vida puede ser más difícil que un final. Sin embargo, conmigo Silvina logró lo que todo entrevistador anhela: que el entrevistado se olvide que hay un grabador entre los dos, que se relaje y cuente, cual charla entre amigos y con mate.
La excusa fue el día del Locutor. Justo este año que yo le había dado bastante poca bola al asunto. Soy locutora, si, la 7984 según el carnecito que me mandó el COMFER hace ocho años. Uso a la locución como herramienta para ejercer el periodismo de actualidad, cada tarde de lunes, de martes, miércoles, jueves y viernes. El resto de los días soy periodista sin locutar, pues una no puede dejar de ser lo que es cuando se apaga la luz de aire. Y viceversa. Cuando la luz de aire se enciende, en mis palabras se reflejan la mamá de Miguelina, la esposa de Damián, el duelo por mi viejo, el intensamente firme apoyo de mi madre, la vecina, la amiga, la mujer y todo lo que soy y lo que he sido. Todo se nota.
Y digamos que a eso vagamente lo sabía, o lo sospechaba, pero fue al decirlo que lo entendí. O me lo apropié.
El domingo leí la nota como si se tratara de otra persona. Alguien más contaba cosas sobre su relación con la radio, con los oyentes, hablaba de la agenda, de las malas palabras, de los juegos de la infancia...
La chica en la foto me pareció de verdad feliz, con el micrófono en una mano apuntando hacia la boca de una corneta, con la otra mano sosteniéndose los auriculares para no perder el retorno, y en la mirada la fascinación por ese pequeño murguero que esperaba ansioso debutar esa noche en el corso barrial.
Me gustó ser esa de la nota y por eso digo que me hizo bien, porque no siempre nos agrada la imagen que nos devuelven los espejos.

 

4/7/14

Hulk

_ Papá, tenés el cuello verde - le dijo su hija la noche del cumpleaños. Él no quiso alterarse, al fin y al cabo, lo que fuera que ocasionara esa extraña pigmentación en su cuello, podía esperar al otro día. Esa noche había que celebrar la vida, Mariana era la luz de sus ojos, y si bien verla tan grande, tan mujer, hacía que los años se le derrumbaran desde el techo sobre los hombros, se sentía feliz. De todo lo hecho en la vida, su única hija era lo que más lo enorgullecía.
 
Ya de madrugada regresó a su casa olvidándose por completo del color de su cuello, al abrir la puerta Pampa saltó del sillón y fue al encuentro moviendo enérgicamente su cola. Ella se alegraba y él se alegraba también de llegar y que hubiera alguien que lo recibiera. A Pampa se la regalaron hace poco, tras la reciente muerte de otra perrita que lo había acompañado durante años. Al principio creyó que no sería capaz de superar el dolor por la pérdida de su primera compañera, pero la pequeña Pampa lamió sus heridas y se ganó el amor (y ese rincón a los pies de la cama) que tenía la mascota anterior.
 
La historia que cuento está basada en un hecho real, aunque extremadamente condimentada con detalles propios de la imaginación. El eje central, por así decirlo, es asombrosamente cierto.
 
A Mariana le daba bronca que su papá descuidara su salud, sabía que viviendo solo y con tanto trabajo, no disponía de tiempo suficiente para prepararse platos saludables. Además estaban las peñas, los viajes, las juntadas con amigos. La intranquilizaba la vida atareada, cargada de compromisos sociales y cierta exposición mediática de su padre, pero entendía que no podía hacer nada. "Él es feliz así", se repetía como quien quiere darse consuelo. Al día siguiente, fue ella la que retomó el tema de la piel, más extrañada aún, pues notó que la pequeña Pampa también estaba verde:
_ Papá, ¡mirá, la perra está verde igual que vos!, capaz que te contagió algo.
Mariana no salía del asombro y el tampoco. Era consiente de los desarreglos alimenticios de los últimos días, de hecho ya andaba mal del hígado otra vez; pero ¿qué tiene que ver la perra?. Todo era tan extraño que no encontraba explicación lógica, ya iría al médico si la cosa empeoraba, pero por lo pronto solo pensaba en el partido contra Nigeria y la posibilidad de viajar a verlo, tal como le había propuesto un amigo. Las posibilidades de ver jugar en vivo a la Selección no es algo que se de muy a menudo, ni siquiera cada cuatro años, y esta vez el Mundial es acá nomás -pensó.
No tenía que poner un mango, lo único que tenía que hacer para estar el miércoles en Brasil era mandar la confirmación y sus datos a la agencia de viajes.
Y eso fue lo que hizo.
 
El lunes fue a trabajar con dos cuartos de cada hemisferio cerebral pensando en Di María, Lavezzi, Mascherano, ¡en Messi!. -¿¡Cuándo carajo voy a poder ver jugar a Messi!?-, se preguntaba, convencido de la decisión que había tomado, a medida que la ansiedad por ver con sus propios ojos al equipo de Sabella iban en aumento. Su garganta gritaba goles enmudecidos, censurados por la rutina del arranque de la semana en la oficina; pero de a poco, como quien va entrando en un túnel oscuro, su sueño mundialista se esfumó. Uno a uno sus compañeros de trabajo le decían que lo notaban un tanto verde, sobre todo en el cuello y en la cabeza. El se miró las manos y vio que también estaban verdes, aunque con menor intensidad. Por primera vez en esta historia, el hombre se asustó y salió de la oficina en busca de asistencia médica.
 
El medico que lo revisó advirtió la inflamación hepática e intentó quitar las manchas verdes de sus manos, fregándolas, pero no lo logró; entonces le pidió análisis de urgencia.
_ ¿Pero qué puede ser, doctor? - preguntó afligido.
_Puede ser cirrosis; aunque usted no tome alcohol, la cirrosis puede producirse por una alimentación elevada en grasas. De todos modos no nos aventuremos a diagnosticar ahora, vaya, hágase los estudios y venga cuanto antes.
El bioquímico que lo atendió también opinó:
_Puede ser pancreatitis, pero quédese tranquilo que con unos días internado y con suero se pasaría; eso sí vaya olvidándose de las comidas a las que está acostumbrado. 
 
Chau Sabella. Chau Mundial. Chau decime-que-se-siente.
 
Canceló el viaje. Buscó "cirrosis" y "pancreatitis" en Google, y los síntomas que aparecían en la pantalla poco a poco iban manifestándose en su cuerpo.
 
Pasado el mediodía regresó al laboratorio para retirar los análisis y llevárselos al médico. Le dijo que sigue con el hígado inflamado y que será conveniente que permanezca 24 horas en observación para ver cómo responde. El verdor en su piel podría deberse a una intoxicación, una alergia, o estar causada por una ropa nueva.
 
_Ropa nueva, -pensó el hombre de camino a su casa-.
 
Introdujo la llave en la cerradura de la puerta que da a la calle, saludó a Pampa, y caminó sin detenerse ni medio segundo hasta llegar a la habitación, quitó el cubrecama con decisión, tomó la sábana por su extremo inferior y se restregó las manos como si estuviera secándoselas con una toalla. Las manos quedaron verdes.
 
Nadie fue testigo de la reacción de este pobre hombre al concluir, horas antes del partido (que podría haber visto en vivo) entre Argentina y Nigeria, que lo que ocasionaba el verdor en su piel eran las sábanas. Es cuestión de imaginarla.