26/8/13

capítulo 7



Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.




Hoy, que las efemérides recuerdan su nacimiento se me dio por compartir uno de los capítulos de su gran obra, Rayuela.

15/8/13

gestos

Ella le mandó una carta.
El no sólo la leyó, entre tantas que le habían llegado últimamente, sino que la llamó a su celular.
Ella es Josefina, una gualeguaychuense de 34 años que no está pasando por un buen momento de salud.
El es el Papa.

10/8/13

la rueda de la fortuna

Era uno de los viernes más fríos del año, y sin embargo igual quisimos cenar fuera de casa. Lo hacíamos siempre que teníamos unos manguitos extras y algo para celebrar o algo para conversar, o porque queríamos darnos un gusto. Estacionamos el auto frente al río, y mientras caminábamos hacia el luminoso restorán al otro lado de la calle, un muchacho flaquito, algo encorvado y con las manos refugiadas en los bolsillos del buzo tipo canguro se ofreció a cuidarnos el auto. Nadie lo dijo, el trato estaba implícito, al regresar debíamos darle unos pesos. Continuamos caminando hacia la gran puerta de vidrio, sabíamos que al pasarla el lugar iba a estar calentito y que en no más de cuarenta minutos estaríamos comiendo. Yo llevaba a Miguelina en brazos y Damián empujaba el coche. Me di vuelta y vi como el muchacho se recostaba en la balaustrada de espaldas al río. Ese buzo es una burla para este frío impiadoso, pensé. Y él tan flaquito. Pero seguí avanzando, voltee la cabeza y así de fácil dejé de verlo. (¿Dejé de verlo?). Allá enfrente el panorama era tan distinto...
Nada iba a quitarme del alma ese sentimiento áspero y amargo, ni la propina que le dimos, ni el chocolate que le regalé. Ni siquiera la breve charla amable que entablé con él.
En mi mente se representaba una de esas ruletas en las que el hecho de que el puntero se quede señalando el casillero de la fortuna depende del azar. ¿Por qué mi hija tuvo la suerte de nacer en una familia que cada tanto puede darse el gusto (aunque contando los billetes) de pasear y pagar por una cena y a ese muchacho le tocaron la noche fría, el techo lejos, los ojos en los autos ajenos y la balaustrada?
¿Hay algo realmente transformador que podamos hacer o vamos a seguir haciéndonos los estúpidos sosegando nuestras consciencias dejando propinas y llevando bolsones de ropa que ya no usamos a la parroquia del barrio?
¿Qué tal si fuéramos vos y yo los que tengamos que estar ahora cuidando autos en la costanera? Y en ese caso, ¿cuál sería nuestra visión del mundo?

9/8/13

cosas de domingos por la tarde

Se supone que las madres, entre tanto andar cargando con las cosas propias más las de sus hijos, con el correr del tiempo van ganando practicidad y logran trasladarse con lo necesario sin hacer demasiado bulto ni generar(se) demasiado peso; pero mi madre, que también es madre de mis tres hermanos y abuela de cuatro, evidentemente no.

Para salir a dar vueltas y tomar mate
 ella cargó las galletitas... en un frasco de vidrio.