y ahora...

Quedó abierto ese paquetito de garrapiñadas que le dijiste a tu hermana que no tenía sentido abrir porque ya todos estaban llenos. Quedó abierto y con más de la mitad de las garrapiñadas ya poco apetecibles.

El turrón duro. Si la noche del 31 estuvo estuviste a punto de dejar un premolar incrustado entre esa pasta blancuzca, ahora mejor no reincidir.

Ya llegará el momento en el que alguien tenga la amabilidad de sacar de la heladera ese platito con restos de mayonesa de ave, con la papa acuosa, extremádamente tóxica y la mayonesa bieeeen amarilla.

También quedaron las partes más secas de la masa y las frutas abrillantadas en el envoltorio del pan dulce.

A fin de año el mundo se divide entre quienes comen las frutas abrillantadas y quienes las detestan; y entre quienes detestan que quienes detestan las frutas abrillantadas las aislen de la masa del pan dulce dejándolas libradas a su buena suerte.

El fondito de la sidra sin gas. El corcho que había ido a parar detrás de la maceta, ahora lo mastica el perro. Y lo hace añicos. Y en parte se lo come.

Queda Melchor, las lucecitas quemadas, la fiaca de tener que enroscarlas otra vez y, como si fuera poco todo eso, queda un año enterito, con sus meses, sus días, sus feriados, sus aguinaldos, sus solsticios y sus equinoccios.

Y todo lo demás que nos tomará por sorpresa.