En el 2003 el 3 de septiembre cayó miércoles. Más o menos a la hora en la que escribo esto, con mi amigo José nos estábamos preparando para dar comienzo al primer programa de radio juntos. Él ya había incursionado en la radiofonía, yo no; y si bien ya llevábamos medio año de la carrera de Locutor Nacional de Radio y Televisión cursado, tenía nervios.
El programa se llamaba Escape. La radio, que según tengo entendido desapareció del dial uruguayense, era radio City, y se la encontraba a duras penas entre el 96 y el 97 de la frecuencia modulada. Era una emisora modesta, sin mucha publicidad y con la cantidad de oyentes necesarios como para nutrirse.
Al lado del estudio había una cancha de fútbol 5, y el aislamiento acústico con el que contábamos no bastaba para evitar que los pelotazos contra la pared que compartíamos salieran al aire.
Para ese primer programa llevamos material suficiente para leer y luego comentar, sobre temas livianos como diferencias entre el hombre y la mujer, efemérides, y además preparamos una interesante selección de temas musicales.
El operador era un chico del barrio, amigo de la infancia de José, que se llamaba Ricardo pero yo insistía en llamar Roberto. Buen pibe, con una paciencia enorme y una mirada buena.
Marbot, que al programa siguiente se sumaría, nos acompañaba desde el otro lado de la pecera.
Recuerdo no haber sentido el aire hasta tanto no llamó un oyente. Hasta ese momento todo se parecía a las prácticas que hacíamos en la facu, o peor, porque sin alguien que evaluara carecía totalmente de sentido. Saber que había alguien en alguna habitación de alguna casa prestando atención a nuestras palabras y participando del mundo que proponíamos fue magia pura.
Entonces parecía un juego, pero era real.
Y pensándolo bien, algo de juego hay en esto de hablarle a seres imaginarios, volátiles y sin rostro que están del otro lado, en algún lado, pero en realidad cuya presencia y atención no la podemos asegurar.
¡Es magia, Sabina! Es mágico imaginarse mundos escuchando a otros, desde los enormes aparatos como el que tenía mi abuela, las radios portátiles de mi papá, las del abuelo escuchando los radioteatros, la familia reunida y la sopa humeante mientras flotaban las noticias del informativo del mediodía, en mi infancia, por ejemplo... La compañía mientras manejás, saber que no estás sola porque alguien se encarga de estar con vos a cualquier hora, en cualquier lugar, sin pedirte nada más (ni nada menos) que un poco de atención... ¡Ah! La radio... Y tener la suerte de participar de la magia conduciendo un programa te hace disfrutar y a la vez ser responsable, hacerte cargo de lo que decís.
ResponderEliminarEs mágico trabajar haciendo lo que más te gusta y brindando un servicio más que interesante, a la vez.
¡
Un abrazo radiofónico, genia!
Empezar bien de abajo lo hace a uno humilde también ¿No? Hermosa -e histórica, ya- anécdota :)
ResponderEliminarVos MArbot, que sos más memorioso, agregá algún dato más.
ResponderEliminarJajaja! El operador amigo de José, es el famoso "Paperas"¿? Uy, tanto juntarme con uds. me hace mal jajaja!
ResponderEliminarHermoso Sabi!
No, "Paperas" conducía "Laberinto Musical" en la misma emisora. Hoy, es policía y se lo puede ver en algunas esquinas de la ciudad haciendo adicionales, siempre con su voz nasal característica y su sonrisa permanente. El operador era el Ricky.
ResponderEliminarPAPERAS!!!
ResponderEliminarEL MEJOR APODO JAMÁS VISTO!
Nunca me había pasado de verme reflejado en una historia como esta, tan escrita para un libro. De golpe me siento parte de algo importante :-) Haberte acompañado en tus inicios en la radio es algo de lo que siempre voy a sentirme orgulloso.
ResponderEliminarMe acuerdo que hablamos de las señales que las mujeres enviaban y como las leíamos los hombres. Cosas como revolverse el pelo.
jajajajajaj no me acordaba de tanto detalle!!! sabía que era algo de eso pero no puntualmente las señales de mujeres a los hombres.
ResponderEliminarGRande JOOOOO