24/5/12

el alma del payador

Augusto Romero era la persona indicada. El profesor de investigación periodística nos había propuesto entrevistar a alguien que estuviera fuera del sistema por elección propia, y dudo que exista ser humano que cuaje más con tal descripción. Lo había visitado un par de años atrás, también por un trabajo de la facultad, pero no recuerdo qué surgió de aquella charla, lo cierto es que esa vez volví dónde suponía encontrarlo y allí estaba, tan voluntariamente indigente al lado de la ruta como la primera vez que lo vi.

Augusto Romero
Don Augusto nació y creció en La Pampa , en Jacinto Araos. Al menos eso es lo que él dice, y de querer conocer su historia no hay más opción que creer en su relato aunque por momentos parezca inventado. Se describe como un hombre andariego que sin nada que lo ate a su tierra y guiándose por sus impulsos de peregrinar decidió hacer “unas andanzas por el Uruguay”. Nada de transportes tradicionales y confortables para él. Un amigo le prestó tres caballos y, montado en uno y cargando lo necesario en los otros dos, llegó a Entre Ríos. Sin embargo, su plan de cruzar al país vecino se frustró por problemas aduaneros y otros de salud, por lo que debió permanecer un tiempo más de este lado del río. Hace nueve años, cuando conversé con él por primera vez había pasado poco más de una década desde su llegada y hasta el día de hoy no ha pisado tierra oriental.

Como la idea era pasar sólo un tiempo, nunca buscó un lugar para alquilar o comprar. Por el contrario, ocupó parte de un terreno en venta al costado de la ruta hacia el balneario El Ñandubaysal y construyó allí un rancho endeble de no más de un metro y medio de alto. Un montón de chapas atadas con alambre y reforzadas con algunas tarimas para que no se las tumbara el viento del sureste. Nadie que lo haya visto puede creer cómo un hombre puede vivir allí. Sin luz, sin agua, sin cloaca. La gente se compadece al verlo, pero él no necesita la compasión de nadie, no le gusta dar lástima; no quiere limosna y de hecho no la pide, parece estar conforme con todo como si nada le faltara. Sin embargo, basta una sola charla con él para saber que no es así.

Cuando alguien llega a visitarlo no pide explicaciones, satisfecho con sólo saber el nombre de quienes se interesan por él, ofrece de asiento cualquier corte de tronco o cajón de frutas que tenga a mano y empieza a conversar. Tiene una voz inconfundible, quizás la más singular de todas las voces. Una especie de ronquera en tonos agudos y las típicas cadencias de los hombres de campo. Augusto habla mucho, dice lo que se le da la gana y si no quiere responder alguna pregunta sabe bien cómo zafar. Justifica no seguir su recorrido ni regresar a La Pampa señalando con sus dedos enfermos a los perros que lo rodean, que entre los que nacen y los que mueren de hambre o carcomidos por la sarna nunca llegan a ser menos de quince. Como puede también los alimenta, y de paso también alberga a algún gatito guacho.

Su aspecto asusta. Sus olores apestan. Y aún así no han sido pocos los que han ido a conocerlo. El bajista Ricardo Iorio, hombre del heavy metal argentino, le compuso una canción que incluyó en uno de los discos de Almafuerte; y tal “homenaje”, pues así se llama la canción, lo pone feliz, despierta una sonrisa de niño en el rostro usado y curtido de Augusto.

Al fin un reconocimiento para este payador.

Todos pretendemos al menos algo en esta vida. Augusto Romero también, por eso hay dignidad debajo de tantos harapos. Es peregrino y es cantor, y quiere que sus coplas también caminen; que escuchen todos los que este payador tiene para contarles. En algún rincón debajo de esas chapas, este hombre guarda coplas, coplas y más coplas que él escribió y alguna vez alguien le hizo el favor de imprimirlas y fotocopiar las suficientes como para regalárselas a los visitantes. Algunas hablan del río Uruguay, del general Artigas, de San Martín, del gaucho y el gringo, y entre tantas también hay una dedicada, con destacable respeto, a la mujer.

Al igual que un niño alborotado de alegría porque le están prestando la atención que tanto esperaba, se desespera por mostrarlo todo y que al final de la charla no quede copla sin recitar. Por eso, ni bien reparte sus papeles en un despilfarro de generosidad, entra nuevamente al rancho y regresa con un estuche negro de curvas gordas como las de la guitarra que hay adentro. Es increíble cómo en medio de ese barullo de troncos, perros, chapas, nylon, latas, espinillos y pulgas pueda algo conservarse tan pulcro y lleno de brillo. Recién después de conocer su guitarra puede alguien decir que conoce al gaucho Romero. Que conoce el alma del payador.

5 comentarios:

  1. Lo puedo compartir en mi FB? es un texto ejemplar y muy hermoso! Me avergüenza decir que no conocía a don Augusto. Gracias por esto, Sabi. Gran abrazo.

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  2. Claro que podés compartirlo! qué honor!!!

    Y podés ir a visitarlo cuando te parezca, como habrás leído, no sólo no tiene drama sino que lo harías feliz. Si te interesa después te paso más detalles de como llegar, es fácil.

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  3. Como escribe Sabi, no es novedad pero mientras pensaba esto me desconcentré mirando la foto del propio Augusto.
    Véase el capotraste o transporte casero para su guitarra: birome apretada con alambre!(Un grande)

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  4. Te leí, me gustó!
    Volví algunos años atrás. La visita que hicimos juntas se me confunde con bicicletas, muelle, rio, charlas, busquedas, cosas que siempre son presente.
    Besos!

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  5. Es un placer poder leer textos tan interesantes como este, y que me ayuden a elegir distintos destinos para ir de vacaciones. Normalmente elijo nuestro país para ir a descansar ya que tiene multiples paisajes bellos para disfrutar y es amplia la cantidad de ciudades que se pueden visitar. Me interesaría poder conseguir alguna reserva en los hostels tucuman ya que tenia ganas de recorrer el norte de la Argentina

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Yo también me suspendo con lo que decís