31/10/13

ojos que no ven

Ayer de tarde conocí a Eduardo. Adolfo, el señor gordo de la dirección de Tránsito municipal, me lo presentó y propuso que saliera al aire en el espacio de la columna de Educación Vial para hablar de accesibilidad en la vía pública y la responsabilidad que tenemos todos en este espacio que compartimos.
Eduardo tiene 53 años. A los diez, en un recreo en la escuela, quedó ciego. Un juego, una gresca, un puntero, un golpe entremedio de sus ojos y el mundo se le apagó.
Siendo joven se fue a Buenos Aires a estudiar cuestiones relacionadas con la mecánica de los autos en un instituto para ciegos, allí primero que nada le enseñaron a trasladarse por sí solo y a escribir usando el sistema Braille.
Desde hace años es la única persona ciega que camina sola por las calles de Gualeguaychú (también es capaz de hacerlo en la capital de los argentinos). Quien lo ve intenta unos segundos imaginarse como sería caminar sin ver donde se pisa, quien viene por la otra cuadra, qué tan altos están los árboles de la plaza...
Eduardo marcha a paso ligero, muy cerca de las paredes de las viviendas dando golpecitos con su bastón blanco. Dice que los obstáculos que encuentra más a menudo son los postigos de las ventanas abiertos hacia la calle, motos y bicicletas estacionadas arriba de la vereda y bolsas de arena, pozos y obras en construcción sin señalizar. Así y todo, igual camina solo. Todas las tardes da clases de orientación y Braille a un grupo de ciegos y disminuidos visuales de todas las edades.
"Toda persona ciega necesita ayuda, el que dice que no, está mintiendo" asegura, y le pide a la gente que cuando vea a un ciego por la calle le ofrezca su ayuda sin miedo, que no le va a decir que no, y menos enojarse.
Hay que ponerse delante, dejar que coloque una mano sobre nuestro hombro y caminar. Nada más. Ellos saben percibir así cuando se sube o se baja un escalón.
Y lo ayudé a salir del estudio de la radio. De la silla frente al micrófono hasta la vereda. Y lo vi marcharse ligerito por calle Maipú hasta perderse de mi vista.

2 comentarios:

  1. Tuve la suerte de tener a mi tía postiza Amalia, que perdió la vista por la diabetes siendo yo muy chica y me ayudó con una paciencia que no tenía a convivir con su discapacidad de la misma manera en que ella convivía. Enorme texto, Sabi, que me la hizo recordar en días próximos a un nuevo aniversario de su falta. Me gusta mucho leerte en estas impresiones de mundos ajenos, a la vez tan cercanos! Abrazos :)

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  2. Gracias por estar ahí siempre Cass!

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Yo también me suspendo con lo que decís