18/4/14

Casi mil personas, un mismo apellido


Allá a lo alto, delante del portón de ingreso a una de las naves de los galpones del puerto de Gualeguaychú colgaba un cartel lo suficientemente grande como para que desde cierta distancia pudiera leerse con facilidad: "Bienvenidos. Ben vindos. Benvenuto". Se trataba de las palabras de recibimiento para los participantes del séptimo encuentro de la familia Taffarel, que por primera vez tenía a esta ciudad del sur entrerriano como sede.

Estaban invitados todos los que forman parte de algunas de las ramas del inmenso árbol genealógico de esta familia que nació en el Véneto del siglo XI, y que como muchas otras, formó parte de la oleada inmigratoria hacia Sudamérica ocho siglos después. Algunos quedaron, claro, y hoy sus descendientes se relacionan con los descendientes de quienes vinieron, a través de las redes sociales. Al llegar a costas brasileñas parte de la familia se quedó allí, mientras que otros siguieron su viaje hasta lo que hoy es Larroque, una pequeña ciudad ubicada a 50 kilómetros de Gualeguaychú, donde según dicen, la mitad de los habitantes son o descienden de los Taffarel.

Así empezó todo. Es por eso que en este encuentro, a modo de bienvenida los anfitriones realizaron una teatralización de lo que fue la llegada de los ancestros a América, y para ello no sólo se vistieron como en la época sino que utilizaron un barco y el río Gualeguaychú como escenario. Hubo aplausos, y lágrimas, y más abrazos; sobre todo entre los mayores, que tenían más presente el relato del desembarco.

"Dalla Italia noi siamo partiti
Siamo partiti col nostro onore
Trentasei giorni di macchina e vapore,
e nella Merica noi siamo arriva'...", cantaban.





En el interior del salón, en un rincón a la derecha del portón de ingreso estaba Edie. Con sus 78 años de pie, e indiferente a la música de moda que empezaba a retumbar en el lugar, explicaba con extrema dedicación lo que representaba cada uno de los óleos allí expuestos. Los había pintado ella, y pertenecían a su colección sobre la historia de la familia. Uno mostraba un par de campanas que el abuelo Luís trajo de uno de sus viajes de regreso a Italia con el fin de que sean colocadas en la capilla de Talitas. Hoy sólo repica allí una de ellas porque a la otra se la llevaron hace tiempo a Urdinarrain “no sé con qué permiso”, agregó Edie con un gesto de indignación que se le pasó rápido. Dio un paso a la derecha y se detuvo frente a una procesión de inmigrantes recién llegados a una estación de tren: mujeres embarazadas, niños pequeños, hombres y algunos muchachos vistiendo los birretes de la guerra; porque así los había visto ella en una de las fotos que conserva de la época. Más allá, una docena de hijos y nueras trillando soleados campos de trigo, junto a las máquinas que también le tocó traer a Luís. Y para el final, como corolario del relato histórico de la familia, Edie deja dos cuadros. Ambos la llevan a un mismo lugar: una casa de gruesos muros de piedra que todavía existe en una esquina de Treviso, se trata de la misma que un siglo y medio atrás dejaron sus bisabuelos Antonio Taffarel y Caterina Zanetti. Tres veces intentó Edie conocer ese lugar, pero los viajes al país de sus raíces no se dieron: “Ahora en unos días va a ir mi nieta, como viaje de bodas, y es como si fuera yo. Le pedí que me trajera un poquitito de tierra”.

Edie hubiera seguido en ese rincón relatando la historia de la familia quién sabe por cuánto tiempo más, pero una de sus sobrinas se la llevó del brazo para sentarse a comer, y a paso lento se perdió entre la parentela.

La noche terminó con un baile, y al otro día, temprano, todos a Misa. Otra sana costumbre que también bajó del barco. Curas no faltaban, porque además del párroco de la Catedral, entre los Taffarel había dos sacerdotes. Uno de ellos, de nacionalidad brasileña, asegura con orgullo conservar intacto el dialecto que le enseñaron sus abuelos, algo difícil de escuchar hoy en Italia, de no ser por algunas personas mayores. Ellos, a un océano de distancia y durante años, lo mantuvieron vivo hablándolo en su casa, transmitiéndolo de una generación a otra. Fueron las ganas de conservar la cultura, atesorar los orígenes y de que lastime menos el desarraigo.

Parte de eso son también estos encuentros familiares. Reconocerse en una historia en común, en tres Himnos nacionales, tres banderas (o cuatro, incluyendo a la de la región del Véneto, que también fue ceremoniosamente portada al inicio del encuentro), una vieja fotografía, un escudo, la misma sangre, y un mismo apellido.

Foto: Ricardo Santellán.

2 comentarios:

  1. Debe haber sido grandiosa la experiencia. Tal como la describís, me hace cosquillas en el alma. Abrazos de familia grande, Sabi!

    ResponderEliminar
  2. Qué copado tenrregistros tan firmes sobre la historia familiar. Porque más allá del apellido, lo que une son esas historias...

    Excelente relato... bah, como siempre ;)

    ResponderEliminar

Yo también me suspendo con lo que decís