25/1/13

city tour


La costanera estaba llena. De gente, de risas, de música, de perfumes, de plumas, de ojotas, de cerveza, de sol. En el puerto, frente a la plaza Colón se ofrecían paseos en lancha por el río Gualeguaychú y Uruguay. A un costado, interrumpiendo el tránsito de calle Del Valle se instaló la feria de artesanías, y los turistas pasaban de maravillarse con las prolijísimas pulseras de macramé, a preguntar los precios de los cuchillos y luego de los mates y más allá una señora de caderas anchas se probaba un pareo. Ahí cerquita, el bus que nos llevaría a recorrer la ciudad estaba todavía estacionado a la espera de más pasajeros, cuando un matrimonio de unos treinta años (de casados) se sumó al tour. Y entonces el chofer puso primera y arrancó:


Lento pero ininterrumpido. Había mucho para ver y también eran muchos los autos cuyos pasajeros, al igual que nosotros, paseaban por Avenida Morrogh Bernad. Fuimos bordeando el río Gualeguaychú  pasando por los obeliscos, la heladería, el hotel, la parrilla, el casino, el balneario y la piscina pública hasta llegar al puente naranja, el puente Méndez Casariego. Mientras lo cruzábamos muchos hubiéramos preferido que se detuviese en el medio, porque desde allí la vista era fantástica. A ambos lados. El sol reflejaba fuerte sobre el agua y el río parecía de plata. Y dispersos entre costa y costa flotaban veleros, kayaks, lanchas, piraguas, canoas, un catamarán y muchos de esos coloridos bicibotes. Allá a lo lejos las playas se veían abarrotadas de gente. Como hormigueros. Chiquititos, uno pegadito al otro.

Se terminó el puente y nos zambullimos en el verde del parque. Ceibos. Talas. Espinillos. Tipas. Eucaliptos. Un papá atajando penales. Una nena en bici con rueditas. Unos novios tomando mate. Bajo la sombra, una familia numerosa ocupaba una de las mesas de madera, y unos pasos más allá los restos de la leña yacían sobre una parrilla. Pocas ciudades tienen un parque tan hermoso. ¿Pensarían lo mismo el resto de los pasajeros?

El matrimonio resultó ser de Villa Libertador San Martín. Habían pasado más de diez años desde la última vez que visitaron Gualeguaychú. Para ellos el recorrido fue como conocerla de nuevo. Le sacaron fotos a la plaza y a la Catedral, descubrieron la casa más antigua de la ciudad, ponderaron el aspecto del teatro remodelado y al llegar a la avenida Rocamora extendieron la vista hasta la copa de las viejas palmeras. Él recordó que “antes los corsos se hacían acá”. Hablaron de las comparsas, de las majestuosas carrozas y de los laboriosos detalles de los trajes. La noche anterior habían estado en el carnaval, pero esta vez el corsódromo los sorprendió desnudo; como un gigante echado al sol.

El colectivo bordeó el corsódromo y tomó por Avenida Parque hasta reencontrarse con el puerto, el paseo Nicaragua primero y el muelle de los pescadores después. A la izquierda los galpones y allá enfrente, en la isla, ese extraño castillo. Y nuevamente los artesanos. Y el guía del catamarán. Y un señor ofreciendo departamento para alquilar. Y las ojotas. Y los helados. Y  los turistas probándose espaldares y tocados. Y la música. Y el sol ya más bajo.

1 comentario:

  1. Y despues mucha gente de acá te dice que en gchu no hay cosas para hacer y mirar je

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Yo también me suspendo con lo que decís