Comencé el 2011 indignándome con incongruencias que se me hacen inadmisibles y riéndome de la gente que no admite su responsabilidad ante el exceso de peso que refleja la balanza.
En febrero titulé lo imposible; y como ya había avisado que en abril me casaba, en el trabajo fueron preparándome para la boda.
En marzo Gualeguaychú vivió las últimas noches de carnaval, las del carnaval grande, famoso y opulento y las del otro, el carnaval de siempre.
Abril fue maravilloso, tomé la decisión más importante y hermosamente suspensiva de mi vida, y como si eso no alcanzara salimos a la deriva sin reservas ni mapas marcados a darnos muchos besos.
Mayo fue el último mes que tuvimos albahaca, y alcanzó para todos. Después llegó el invierno y se heló.
En junio cayeron dos cosas que tiempo atrás no hubiéramos imaginado ver caer: ceniza volcánica en el litoral y River Plate a la B.
En julio volví al Palmar, llegué a sentarme muy cerca de un carpincho y eso bastó para volver a enamorarme de mi provincia.
En agosto la revolución vino del lado laboral; de golpe y porrazo me encontré conduciendo el programa periodístico de la tarde: Más tarde que nunca, con todo el cagazo de toda primera vez.
En esta parte del mundo septiembre trae consigo la primavera, y supongo que habrá sido ese renacer de las cosas vivas que agudizó mis sentidos aquel jueves.
Y la vida siguió despabilándose en octubre, sobre todo el decimoprimer día de ese mes cuando llegó Yamandú.
Noviembre trajo la lluvia, y cuando paró. ¿Paró?. Hubo cosas que no volvieron a ser iguales que antes. Ese mes sonaron acordeones en el cielo y algo en mí también cambió. Será por eso, no se, que volví a hacer cosas que ya no hacía.
Todo, aunque aveces parezca al revés, tiene que ver con la vida.
Diciembre tiene que ver con la mía. Cumplí 27 en el 2011 y eso ya me sonó a casi 30.
Nadie miente cuando dicen "el año pasó volando", queriendo decir en realidad que pasó (volando) rápido. Esa es la sensación que nos da llegar a los últimos días del almanaque. Mejor así, quiere decir que no nos hemos gastado los días sentados bajo un higuera viendo la vida pasar, sino que hemos hecho cosas. Los anuarios y balances sirven para eso, creo yo. Recordar qué hicimos, pensar qué dejamos para el año que viene, caer en la cuenta de que hay cosas impensadas que finalmente pasan y sin embargo acá seguimos... en pie.
Chin chin por este 2011 y que el 2012 nos suspenda un rato cada día.
Je! Qué añito nena eh!
ResponderEliminarLa vida misma frente a tus ojos en apenas 12 meses. Vida, muerte, renacimiento, nacimiento, colores, amores, olores, dolores...
Mi copa en el aire por otro año loco loco y un poquito más feliz (si se puede.
Te quiero mucho. Siempre...
También sirven para recordar que hoy estamos más lindos y más sexys que mañana, como decía Hanglin.
ResponderEliminarjajajajajaja
ResponderEliminargracias amigos! los espero en casita para ir al corso barrial en febrero!!! (el otro carnaval)