23/12/13

volar


Dios le dio al ser humano muchas ventajas por sobre el resto de los seres de la creación; como aquello del pulgar oponible, que le permite prensar objetos con solo dos de los dedos de una mano. Le dio las palabras, un alma, unos cuantos tipos diferentes de inteligencia, y la voluntad, entre otras cosas; pero no le permitió volar por su cuenta. Entonces el hombre se las ingenió (claro, también tiene ingenio) para surcar el cielo de alguna manera. 

Helicópteros-parapentes-avionetas-aviones-paracaídas-dirigibles-cohetes-globos aerostáticos. 

Gustavo es hombre, y también quiso volar. Pero para lograrlo primero tuvo que despegar(se) y echarse a trotar, sin mirar cómo tomaban carrera los demás. En este objetivo estaba sólo el. 
Por primera vez. Sólo él. 
Entonces corrió, y estiró su brazo derecho, y se agarró fuerte. El envión le permitió levantar una pierna y la fuerza de su abdomen, la otra.
Un poco más de práctica y el suelo iba quedándose lejos.
Tanto y tan lindo voló Gustavo que se confió. Un día, antes de tomar carrera se vendó los ojos. Y así igual voló. Las piernas y las telas se trenzaban y se destrenzaban y vaya a saber cómo, pero siempre lograba quedar sujetado y no hacerse añicos los huesos.

Ya quisiera yo confiar en mi Dios, en mi país, en mi padre muerto, en mi madre cerca, en el hombre que amo, o en mí misma.
Como confió Gustavo.


1 comentario:

Yo también me suspendo con lo que decís