"No tengo palabras para pedirles perdón", dijo José Alberto Castro tras conocer su condena.
Hacia años que trabajaba de camionero. Sabía tanto... Había hecho ese recorrido ciento de veces y en horarios diferentes. Tan clara la tenía José, que la madrugada del 4 de septiembre se creyó omnipotente. Tenía que cumplir horario de llegada, como siempre, y ese neumático roto kilómetros antes demoraba el objetivo. Además quería volver a casa, ver a sus hijos, y descansar. Concordia aún estaba lejos, la provincia-isla recién empezaba.
La oscuridad de la noche habilita al hombre a actos que el día impugnaría.
La solución a los problemas de José era ese atajo. Lo haría rápido, él sabía cómo. Hay otros que también lo hacen.
Una mala idea y la vida da un vuelco.
Claro, el no quería que ellos murieran. No los conocía. No sabía sus nombres. No sabía que también venían por la ruta esa noche.
Pocos meses después, una mañana de calor una jueza en Gualeguaychú leyó su destino: tres años y dos meses de prisión efectiva, más la inhabilitación para conducir vehículos automotores durante diez años.
No podía creerlo, jamás se había imaginado pasar días en la cárcel. El no era un criminal. Pero sabía que se merecía pagar por lo que hizo. La culpa lo estaba torturando. Se sentía estúpido y tenía bronca consigo mismo. Quería pedir perdón y no sabía cómo, le dolía el dolor de esa gente.
"Fue una negligencia mía, fueron cinco segundos y por más que sea un chofer profesional soy un ser humano y cometo errores, ojalá no haya más estúpidos como yo. Lo lamento un montón porque sé que arruiné a una familia", le dijo José esa mañana en la sala a un periodista que se acercó a entrevistarlo.
Durante el transcurso de la nota pasó algo que dejó atónitos a los empleados del Poder Judicial y que el diminuto grabador del periodista atesoró. Un muchacho joven, de unos 20 años, y un hombre adulto se le acercaron para abrazarlo. Eran el hijo y el hermano de la mujer que murió en la ruta aquella madrugada. Le dijeron que lo entendían, que no le tenían bronca y que lo perdonaban.
José pagará con años cárcel su negligencia, pero gracias a la inconmensurable grandeza del perdón que esos dos hombres pudieron darle José alivianó su culpa, que hubiera sido su peor condena. Su martirio eterno.
Guau, cuanto dolor. Y saber que uno ha sido estúpido más de una vez, da miedo...
ResponderEliminarExcelente relato Sabi, eriza la piel.
Guau, cuanto dolor. Y saber que uno ha sido estúpido más de una vez, da miedo...
ResponderEliminarExcelente relato Sabi, eriza la piel.
Claro, en José estamos representados todos los que alguna vez fuimos negligentes al volante.
EliminarEste relato transmite mucho. Bien escrito. Buena la reflexión que implica. Gracias, Sabi.
ResponderEliminarAy! Su, gracias a vos por leerme, me honra.
EliminarQué difícil y qué reconfortante, el perdón.
ResponderEliminarMejor definición imposible. El que perdona se eleva, el que guarda rencores se encadena. Coincido con vos.
Eliminarsigo lagrimeando al volver a leerte.
ResponderEliminarEs que fue tu comentario en Face el que me ánimo a escribir algo más profundo por acá.
ResponderEliminarEs que fue tu comentario en Face el que me ánimo a escribir algo más profundo por acá.
ResponderEliminar