Como una piedra que alguien tira al río, el carnaval
se propaga como ondas alrededor del corsódromo. El tranquilo barrio de vecinos
que recién ahora están acostumbrándose a ver el pavimento en la puerta de su
casa, convulsiona cada sábado de verano. Autos por doquier. Los quioscos y las
despensas abiertos toda la noche. Pelucas de colores. Agentes de tránsito. La
Policía. Los turistas preguntando cómo llegar. Y la música de las comparsas que
no deja dormir, por eso es mejor sentarse en la vereda y sumarse a la fiesta.
Da la sensación de que Gualeguaychú todavía no puede
creer lo que pasa. Desde que en Argentina se recuperó el feriado de Carnaval,
esta ciudad del sur entrerriano se convirtió en el epicentro de los festejos.
Por los tres accesos de la ciudad se ven entrar autos constantemente. Y tal
“invasión” genera trabajo y alegría, pero también algún temor (como cuando para algún encuentro familiar
caen a la casa más parientes y amigos de lo imaginado), y entonces se escucha a
la gente preguntarse si alcanzará el agua, si habrá cortes de luz, plata en los
cajeros y dónde se alojarán todas estas personas.
El barrio del corsódromo verdaderamente se
transforma, y por fuera del enrejado de la pasarela el carnaval también se
festeja.
Kamarr se estaba yendo y Ará Yeví estaba lista para
su turno. Faltaban cuatro minutos para la medianoche. Beto, en su puesto de
venta de cotillón carnestolendo, estratégicamente ubicado a pocos metros de la entrada
principal del circuito, le colocaba un espaldar lleno de brillo y plumas a una
turista salteña mientras el marido preparaba la cámara. Por 15 pesos podía
sacarse todas las fotos que quisiera y sentirse pasista o bastonera por un
rato. Cuando ella terminó de jugar él también quiso su foto. Beto cobró quince
más y él, aunque vestido de jeans, camisa, y lentes con aumento, se calzó otro
espaldar.
Cuando la ciudad deja de ser la sede del carnaval y
recupera su habitual ritmo de pueblo grande, Beto es uno de los choferes de las
ambulancias del hospital. Pero cuando llega el verano divide su tiempo y
cansancio entre sus dos trabajos. Este año invirtió tres mil pesos en plumas
para armar los espaldares. Uno de sus hijos confeccionó un montón de tocados para
vender, y su mujer quedó a cargo de la caja. Contando a la pareja de Salta, ya
eran 250 quienes le pagaron por una foto esa noche. Beto estaba contento.
La música de Kamarr se escuchaba lejos y alzando la
vista desde la calle podía verse a la carroza de apertura de Ará Yeví en el
otro extremo de la pasarela, lista para avanzar. En el bar de la esquina cuatro
chicas con antifaces compartían una cerveza, mientras otra, con una pluma
rosada en la cabeza bailaba en plena calle y alzaba su copa ante los desconocidos
que la piropeaban. Los agentes de tránsito y los policías, serios en el centro
de la batahola, la miraban con zozobra. Unos metros más allá, aclimatados con
el espectáculo, una familia entera pasaba el rato en la vereda.
No había remises libres, ni lugar donde estacionar.
Tampoco se escuchaban sirenas. Sólo los ruidos de la alegría, y allá arriba el
cielo acompañaba con estrellas. Eran casi la una de la madrugada y seguía la
fiesta…
Apurad, que allí os espero si queréis venir
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir.
Vamos subiendo la cuesta
que arriba mi calle
se vistió de fiesta*.
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir.
Vamos subiendo la cuesta
que arriba mi calle
se vistió de fiesta*.
*Segmento de “La
Fiesta”, de Joan Manuel Serrat
Tengo que admitir que el carnaval de minas en culo y gente borracha y haciendo cualquiera, no es mucho de mi agrado. Prefiero el de la espuma y la gente disfrazada el pueblo siendo parte y no mirando desde las gradas... pero me dieron ganas de estar un rato en el tumulto que es tu relato!
ResponderEliminarAnduve por Gchú el lunes pasado (relámpago, por eso no pasé a por un beso... encima fui de tarde!) y hay que decir que Gchú está cada vez más lindas... con sus problemas, claro... de los que atañen a todas las demás ciudades, por cierto.
Qué sensaciones contradictorias me genera la Gualeguaychú de carnaval... me juré no volver nunca más en esas fechas y menos en este feriado. Me supera la cantidad de gente, que mi abuela me diga que no se animó ni a ir a misa de la locura de gente que hay por todos lados, el tema del alcohol y el descontrol a mansalva. Mirá que no soy pacata, pero me supera.
ResponderEliminarDe todos modos, hay mucho de esa emoción contradictoria que me anima en tu crónica de sábado.
Me encanta leerte!
Entiendo sus rechazos a la Gualeguyachu desbordada. No es la mejor postal. Se han visto cosas tristísimas este fin de semana.
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