Benja |
Dos días antes de su cuarto cumpleaños Benja tuvo una idea, pero no se la dijo a nadie. Benja quería saber algo y sólo la experiencia le daría la respuesta.
En la casa estaban él, su hermana de seis años y sus papás. Ninguno de ellos iba a inhibirlo, pues tenía con todos la confianza suficiente como para hacerlos partícipe del experimento, de arriesgarlo todo sin temor al fracaso. Ellos no iban a quererlo menos si la cosa no salía como la esperaba.
Entonces empezó a saltar. Saltó. Saltó otra vez. Dio un salto cortito, uno hacia adelante y otro con más envión. Saltó lo más alto que sus piernitas delgadas le permitieron y siguió saltando un rato más sin dejarse vencer por la fatiga que la tarea le provocaba.
-¡Qué bien, Benja!, le dijo el papá pensando que quizás el niño buscaba llamar la atención y necesitaba algunos aplausos, ¡qué bien!.
Pero Benja no pretendía recibir halagos.
Con la respiración agitada y en su media lengua se reconoció vencido y lamentó: ¡No puedo volar!
¡Qué tierno!
ResponderEliminarY siempre queremos volar...
Beso grande, Sabimamá.
Jajajaj ese es mi ahijado!!
ResponderEliminarYo todavía creo que lo va a conseguir!
ResponderEliminarNa sí, lo que vamos perdiendo con los años son los sueños! Aprendamos de Benja!
ResponderEliminar(que pa caer, hay tiempo :)
ResponderEliminarJue un buen intento.
ResponderEliminarTodavía sueño con volar. Todavía tengo fresca en la memoria la tarde en que me di cuenta que nunca iba a poder hacerlo, y la terquedad con que me empeciné en ignorar esa revelación para poder, al menos, retener los sueños.
ResponderEliminarEntiendo mucho a Benja!