12/3/11

el lazarillo de Magnasco

No recuerdo exactamente la cuadra en la que se sumó a mi habitual y acelerado recorrido a pie desde casa hasta la radio, pero cuando quise acordar no iba sola. Fiel a mi derecha, o unos pasos detrás y por momentos adelantado, me acompañaba, a cambio de nada, un rubio peludo de ojitos dulces.
Cuando yo me detenía, pura y exclusivamente para observar qué hacía, él también dejaba sus patas quietas y además, levantaba la vista y me miraba.
Me entretuve el resto del camino poniendo a prueba su gratuita fidelidad. Si me retrasaba, al ratito se daba cuenta, se daba vuelta y me esperaba. Si me adelantaba, dejaba de olfatear canteros y de levantar la pata árbol por medio para mantenerse a corta distancia de mis talones. 
A su momento llegó también la prueba de fuego: dos perros desesperadamente interesados en saber si mi acompañante era macho o hembra lo interceptaron en la esquina de San Juan y lo dejaron continuar recién luego de haber concluido el incómodo estudio hocicogenital.
Pasado el trance, siguió y siguió; hasta que el abundante tránsito de autos y gente de Rivadavia me perdió de su vista y del rastro que lo venía guiando.
Ya iba yo por el centro de la plaza Urquiza cuando me di vuelta y lo vi perdido entre los guardapolvos primarios que entraban a la Gervasio Méndez del otro lado de la calle. No estoy loca, me buscaba, pero supongo que el mejunje de colonias infantiles y fragancias de Avon lo despistaron demasiado.

3 comentarios:

  1. Ese texto es encantador! cómo me gusta cómo escribis hdp!

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  2. Awwwwwwwwwwwww!!!
    Vos también escribís requete bonito! ^^

    Me mata la carita de este perro. A la vuelta del negocio hay uno que vive durmiendo... pero está viejito y hecho pelota el pobre.
    Cuando voy del chécale al centro shop lo veo, lo acaricio y el me cierra los ojitos tiernamente.
    Son hermosos los perros callejeros.

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Yo también me suspendo con lo que decís