El carnaval es un espectáculo cautivante. Por más años que una lleve viéndolo, siempre vale la pena volver al corsódromo de Gualeguaychú.
Pero más suspensivo aún que el propio espectáculo, puede llegar a ser la previa, lo que se ve antes de que las comparsas salgan a escena.
Allí hay de todo, es un cambalache de gibré. Está la integrante emocionada archifanática del club de la comparsa en la que sale de porta bandera, los asistentes de paso rapidito y exagerado nerviosismo, el director que vino esta noche pero la anterior prefirió calmar sus nervios en casa, mucho culo redondo y parado y de los otros, que piden más maquillaje simulador de achaques; hay grúas ubicando integrantes allá arriba de las carrozas, hay fotógrafos que sólo sacan fotos hot, hay tipos que no hacen nada pero engordan la vista y piden números de celulares, hay cerveza, también fernet, la bastonera que se acerca al tipo vestido de virrey y le pide un pucho, la mirada envidiosa de ella hacia aquella, está la reina que camina como reina porque sabe que gana, los tipos de seguridad que se sienten poderosos; la periodista que observa para escribir después, el integrante, que ya metido en su personaje, la saca del análisis, y el fotógrafo despierto que dejó de lado los culos y las tetas y gatilló el repentino ataque carnestolendo.