29/12/12

con nuevos ojos


Estoy leyendo Rayuela. Otra vez. Y prometo que lo volveré a hacer una vez que aprenda francés. Tal como lo había previsto aquella vez, una segunda lectura en una etapa diferente de mi vida generó otras inquietudes, me sorprendió en otros aspectos, saboreé cosas que la primera vez pasé por alto. Como esta, que me hizo pensar en la tarea periodística:

"Por todo eso traigo las hojas a mi pieza y las sujeto en la pantalla de una lámpara. Viene Ossip, se queda dos horas y ni siquiera mira la lámpara. Al otro día aparece Etienne, y todavía con la boina en la mano, Dis donc, c’est épatant, ça!, y levanta la lámpara, estudias las hojas, se entusiasma, Durero, las nervaduras, etcétera.
Una misma situación, dos versiones... me quedo pensando en todas las hojas que no veré yo, el juntador de hojas secas, en tanta cosas que habrá en el aire y que no ven estos ojos..."

(Primeras líneas del capítulo 84)

11/12/12

acá estoy


La belleza se esconde en lo simple porque allí son pocos los ojos que, 
como los tuyos, la encuentran.

6/12/12

recuerdos


No había opción, había que abrir cajones y placares, cajas, bolsas y más bolsas. La casa de mamá tenía que dejar de ser el depósito de las cosas que se guardan por si acaso. Tenía que pasar algo así para que de una vez por todas me hiciera cargo de mis trastos y aceptara que aquello que no usé en dos años no lo voy a usar más, o me trajera a casa lo que por alguna razón no me soltaba.
Para organizarme mejor dispuse tres montoncitos: el de las cosas para regalar, el de las cosas para tirar y el de las cosas para llevarme a casa. Parecía sencillo, sin embargo, cada objeto con el que me reencontraba desempolvaba recuerdos y como meterse en los vericuetos de la memoria lleva tiempo, la tarea consumió dos tardes.
Hay muchas razones por las cuales la gente se empecina en guardar ciertos objetos: porque se supone que pueden ser de utilidad en un futuro, porque tienen valor material, o porque pertenecieron a seres que ya no están y a falta de ellos preservan algo de lo que dejaron; sin embargo, creo que el motivo principal por el cual la gente se resiste a deshacerse de algunas cosas son los recuerdos lindos. Sin ir más lejos, recordar los momentos en los que la pasamos bien son la razón de ser de las fotos.
Visto de esta manera, tener que haber invertido dos tardes en resolver qué hacer con tantas cosas que guardé me indica que pasé muchos ratos agradables, lo suficientemente agradables como para haber querido atesorarlos.
De todos modos, esa cantidad de papeles y chucherías no podían quedar allí y debía ponerme firme en la selección. Fui despiadada con los souvenirs de los bautismos de mis primos más chicos y con las últimas carpetas del colegio secundario pero no pude deshacerme de un cuadernito con mis primeros dibujos en el jardín de infantes, supongo que lo guardé con la idea de mostrárselo a Miguelina algún día. A las muñecas Barbies, aunque en unos años mi hija las considere un montón de plástico viejo, tampoco las pude regalar. Me traje a casa un par de álbumes llenos de fotos con gente que ya no viene a mis cumpleaños, con la idea de tirarlos a la basura en un par de meses; y mis primeras notas publicadas, porque esa emoción no tiene parangón.
Con cada decisión reviví charlas, frases puntuales que alguna vez alguien me dijo. Sensaciones. El olor a crema de coco de aquel verano con las chicas en Las Cañas. Los nervios incontenibles de los primeros días de ese noviazgo. El ramito de flores robadas. Un consejo de Luisina. Las lágrimas hirviendo en el pasillo del colegio. La canción que estaba de moda. El calor de las planchitas para el pelo antes de los cumpleaños de 15, en la casa de la Glon. El flash del boliche de Rocamora y Andrade; y más acá, la primera clase de locución y las caras afeitadas de quienes hoy siguen siendo mis amigos.
Despojarse, esa era la idea. Parar un rato, echar una mirada hacia atrás y volver, que al camino hay que seguirlo marcando y más adelante habrá nuevos montoncitos adónde acopiar trastos. Y como siempre ocurre, estarán los que a falta de valor afectivo se regalan; los que rotulados como basura se tiran, y los que por alguna razón no te sueltan.


Con la Glon, Celi, Ana, la negra y Lu en el bar del colegio.